miércoles, 22 de enero de 2014
CAPITULO 1
Obligado a escuchar las arcadas que
resonaban en el elegante cuarto de baño
con suelos y paredes de mármol, Pedro Alfonso
maldijo en silencio a su conciencia.
Aunque se le estuviese revolviendo el
estómago y le doliese la cabeza, no
podía dejarla sola. Apartó la vista del
espejo, que reflejaba su rostro algo
amarillento, cerró el grifo, y escurrió la
toallita que había empapado.
—Eh, preciosa —llamó a la pobre
criatura que estaba de rodillas junto al
inodoro—. ¿Te encuentras un poco mejor?
La joven levantó la cabeza y bajo el
revuelto cabello rubio sus ojos lo
miraron antes de tomar la toallita
empapada que le estaba tendiendo.
—Pablo...
—Pedro—la corrigió él,
reprimiendo una sonrisa a pesar de lo
irritado que estaba consigo mismo.
Ella apenas tuvo tiempo de decir
«Necesitamos un abogado» antes de que
le sobreviniera una nueva arcada.
Una visita a un abogado no era la
mejor manera de empezar una luna de
miel, pero aquella tampoco era una
situación normal.
Habían pasado varios minutos desde que
el cálido cuerpo acurrucado en la cama junto a él
emitiera un gemido, no precisamente de
placer, y saliera corriendo al baño, pero
no acababa de encajar los borrosos
recuerdos de la noche anterior.
Sin embargo, a juzgar por el anillo en
su dedo y el anillo en el de ella, aquello
era una pesadilla hecha realidad.
—Cada cosa a su tiempo, nena.
Cuando te encuentres mejor ya nos
preocuparemos de eso.
Ella asintió antes de vomitar de
nuevo.
Dios... ¡menudo desastre!, pensó
Pedro masajeándose la nuca con la
mano mientras miraba a su «esposa» de
arriba abajo.
Doce horas atrás su sonrisa y la
frescura de su belleza lo habían
cautivado y, aunque en ese momento la
pobre estaba hecha un desastre,
acudieron a su mente recuerdos
fragmentados de la noche anterior. Una
chica normal y corriente que parecía
haber escogido esa noche para soltarse
el pelo; le había parecido que podrían
divertirse un poco.
Lo que no acababa de entender era
cómo había acabado echándosela al
hombro, con ella riéndose y diciéndole
que estaba loco, y la había llevado a una
de esas capillas por las que era famosa
Las Vegas, y se había casado con ella.
Había tomado unas cuantas copas de
más, sí, pero...
Paula se giró en ese momento, y
Pedro bajó la vista a la ceñida
camiseta fucsia que llevaba, la misma
que había llevado la noche anterior,
cuando se había chocado con ella.
Estampado en blanco y con letras bien
grandes la camiseta decía:
QUIERO UN HIJO TUYO
Eso era lo que había
llamado su atención.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario