sábado, 25 de enero de 2014

CAPITULO 12

Pedro todavía no se lo podía creer:
Paula había accedido a pasar el día con
él,a darle una oportunidad para
demostrarle que su matrimonio no era un
error. Y eso implicaba que iría con ella
como acompañante de la boda de su
prima Gabriela.
Se sirvió otro café mientras ella
hablaba por teléfono con la novia.
Paula apenas había dicho hola cuando
se quedó sospechosamente callada, para
luego balbucir algo y quedarse callada
de nuevo. Aquello confirmaba lo que él
había sospechado desde el principio,
que Josefina y Sofia se habían ido de la
lengua.
—Sí, bueno, he pasado la noche con
él... Pues claro que estoy bien, pero eso
no... Gabriela, hoy es el día de tu boda y...
Sí, es muy guapo...
Esa era la diferencia entre los
hombres y las mujeres. Él le había
mandado un mensaje a Hernan para decirle
que había surgido algo y que se pondría
en contacto con él la semana siguiente, y
su amigo le había respondido con un
escueto: OK, ya hablamos.
Cierto que habría dicho algo más si
hubiese mencionado que se había casado
y que la mujer que le había dado el sí
quiero no se acordaba de nada, pero...
bueno, no era esa la cuestión.
—Ya sé que no es propio de mí... —
continuó diciéndole Paula a su prima
—. No, por supuesto que no hubo drogas
de por medio.
Pedro, que ya había acabado de
desayunar, se levantó y fue a sentarse en
el sofá a leer uno de los periódicos que
les habían subido con el desayuno.
—¡Gaby, para! —exclamó Paula—.
Hoy es tu día. ¿A qué hora quieres que
esté ahí para que te ayude a prepararte?
¿Cómo?, ¿Que no quieres que...? —
balbució, haciendo que Pedro
levantara la mirada curioso—. Ah, ya,
es por Josefina y Sofia... No, me parece
bien; lo que quiero es que el día de tu
boda  sea perfecto... De acuerdo,
entonces quedamos en eso. Oh, y... Gaby,
¿crees que podrías hacer que me
enviaran aquí el vestido de dama de
honor?
Después de aclarar unos cuantos
detalles más, Paula colgó y se giró
hacia Pedro con una sonrisa vacilante.
—Bueno, tengo buenas noticias:
disponemos de unas cuantas horas más
para conocernos.
—¿Y eso?
—Gabriela no quiere que Josefina y Sofia se
pongan a acribillarme a preguntas y a
discutir entre ellas mientras se prepara
para la ceremonia, así que hemos
quedado en que las tres nos reuniremos
con ella junto a la limusina cuando
llegue el momento de irse.
—Ven aquí —la llamó él, dando unas
palmaditas en el asiento libre del sofá,
junto a él.
Paula se levantó y fue hasta allí con
una sonrisa algo forzada y una mirada
aprensiva. ¡Y un cuerno «buenas
noticias»!, pensó Pedro. Era evidente
que había contado con que sus
obligaciones como dama de honor le
sirvieran de excusa para no pasar tantas
horas a solas con él.
Tomó a Paula de la mano y la hizo
sentarse a su lado, dejando espacio entre
ambos, pero sin soltar su mano.
—¿Sabes qué? Podríamos olvidarnos
por un momento de las razones por las
que te has llevado una ganga al casarte
conmigo y relajarnos un poco charlando.
Ella bajó la vista a sus labios y se
echó un poco hacia atrás.
—Me estás recordando a esos
charlatanes que van por los pueblos, y
que vas a intentar venderme algún
remedio milagroso. ¿Por qué será?
—Porque estás siendo pesimista.
Pero no tienes motivos; sé que no
recuerdas casi nada de anoche, pero
puedo decirte que hablamos y hablamos
y hablamos. De todo y nada. Parece que
nos entendemos bien —soltó su mano y
le echó al regazo el periódico que había
estado leyendo—. Así que venga, vamos
a empezar: lee este titular de la portada
y di lo primero que se te pase por la
cabeza.
Al cabo de un rato Paula estaba
riéndose y dándole con el periódico en
la cabeza.
—¡Eres un tramposo! —lo acusó
entre risas, clavándole un dedo en el
pecho.
Pedro, que estaba protegiéndose la
cabeza con los brazos, sonrió con aire
inocente.
—¿Quién, yo? Si solo estamos
hablando...
Paula le lanzó una mirada escéptica,
dándole a entender que sus trucos no
iban a funcionar con ella.
—Sí, ya, hablando de un artículo
sobre la reforma educativa, y resulta
que... ¡oh, curiosamente tenemos unas
opiniones muy parecidas respecto a ese
tema!
Una sonrisa traviesa asomó a los
labios de él.
—Bueno, sí, yo llevaría a mis hijos a
un colegio privado pero nunca a un
internado y tú dices que harías lo
mismo; ¿y qué?
—Umm... Y aunque te gusta practicar
deportes de riesgo, dices que por
supuesto dejarías de hacerlo si supieras
que ibas a ser padre.
—Te lo he dicho: tenemos muchas
cosas en común.
—Sí, y estoy segura de que has
omitido convenientemente las cosas en
las que no estamos de acuerdo.
La sonrisa de Pedro se tornó lobuna.
—¿Te he dicho ya lo sexy que me
pareces cuando replicas así?
Paula sintió un cosquilleo en el
vientre, y se apresuró a apartar la
mirada antes de que Pedro pudiera ver
el efecto que tenían en ella sus palabras.
—Te acuso de intentar embaucarme
con juego sucio... ¿y esa es tu respuesta?
—Pues sí —respondió él tan fresco
antes de tomarla de la barbilla para que
lo mirara a los ojos—, pero es porque
quiero que seas positiva y te des cuenta
de que esto no es un error.
En ese momento llamaron a la puerta.
Pedro dejó caer la mano y miró su
reloj.
—Debe ser tu vestido.
Se levantó para ir a abrir, y tomó el
vestido que le tendía una empleada del
hotel, colgado de una percha y cubierto
por una funda protectora de plástico.
Pedro le preguntó si sería posible que
buscaran a una estilista para que peinara
y maquillara a Paula, y aunque ella
insistió en que no era necesario, él
ignoró sus protestas y le dijo que se lo
tomara como una de las ventajas de ser
la señora Alfonso.
Sin embargo, para sus adentros
Paula tuvo que admitir que era un
alivio que otra persona fuese a ocuparse
de eso, porque con el shock que tenía
por haberse despertado y encontrarse
casada con un desconocido, no podía
concentrarse en nada.
Pedro cerró la puerta y volvió junto
a ella, que se había puesto de pie.
—¿Te sentirías mejor si compartiera
contigo algunas cosas en las que
disentimos?
Paula lo miró a los ojos y vio que
hablaba en serio. Estaba tan cerca de
ella...
—Sí, me sentiría mejor.
—Los campamentos de verano.
Paula parpadeó.
—¿Qué?
—Si tuviera hijos, no me gustaría la
idea de mandarlos lejos de mí más de
unos días.
—¡Pero si a los niños les encantan los
campamentos...!Bueno,yo no los
mandaría hasta que fuesen lo bastante
mayorcitos, por supuesto, pero hoy en
día hay un montón de programas
estupendos para los críos en verano: no
solo en campamentos, sino también en
granjas, en zoológicos...
—Sí, ya lo sé, y hacen manualidades,
juegan al fútbol, hacen gimnasia y todas
esas actividades que montan para que se
diviertan, pero... —Pedro se pasó una
mano por el oscuro cabello y exhaló un
suspiro—. No sé, sigue sin gustarme la
idea, pero anoche te dije que si a ti te
parecía que sería bueno para los niños,
no me opondría.

CAPITULO 11


Pedro volvió a encogerse de
hombros.
—Para mí sí cuenta. Y si me dejas te
explicaré por qué también cuenta para ti
—dijo tendiéndole una fuente con
cruasanes—. Anda, come.
Paula tomó un cruasán, lo dejó en su
plato, y se quedó mirándolo un
momento. Estaba nerviosa, se sentía
frustrada, y bastante preocupada por el
hecho de que Pedro no quería poner
remedio a aquel error monumental. No
quería divorciarse de ella. No lo
entendía; aquello no tenía sentido.
—Ni siquiera me conoces —comenzó
a decirle, sacudiendo la cabeza—. Y,
aunque hubiera estado hablando por los
codos desde el momento en que nos
conocimos, no podrías decir que me
conoces.No sabes nada de mis
creencias, mis defectos, mis
complejos...
Pedro exhaló un suspiro.
—Sé, por lo que me contaste anoche,
que quieres formar una familia, y que
aunque has salido con varios hombres,
nunca te has enamorado. Te pasa igual
que a mí: la gente va como yonquis en
busca de un romance de cuento de hadas,
y ese no va conmigo. Estás cansada de
esperar con cada relación que las cosas
sean distintas, de sentirte vulnerable, y
al final te has dado cuenta de que lo que
verdaderamente quieres es un hijo y por
eso habías decidido hacerte una
inseminación artificial.
De acuerdo, quizá sí que sabía algo
de ella. Paula se echó hacia atrás en su
silla y observó a Pedro, que estaba
untando mantequilla en su cruasán como
si nada.
—Come —la instó una vez más—;
mientras te aclararé unas cuantas cosas
que creo que son importantes.
Paula cortó su cruasán y se acercó
una tarrina de mermelada.
—Para que lo sepas, ya llevaba un
tiempo pensando en casarme —le dijo
Pedro—, pero al contrario de lo que
pueda derivarse de la situación en la que
nos encontramos, el matrimonio no es
algo que me tome a la ligera, ni a lo que
me lanzaría sin haberlo meditado
seriamente.
Cuando ella abrió la boca para
replicarle, levantó una mano para
pedirle que le dejara continuar.
—El matrimonio son los cimientos de
una familia, y yo quiero formar una
familia con unos cimientos sólidos como
una roca. Quiero dar a mis hijos la
seguridad de que no se derrumbará por
los caprichos de un corazón inconstante
o por  algún tipo de celos o
resentimiento. Llevo años esperando
encontrar a una mujer con unas
prioridades parecidas a las mías —bajó
la vista a la mesa, y cuando volvió a
mirarla, añadió—: Y, antes de que
empieces a pensar que anoche iba
buscando algo, te diré que no es así.
Solo pretendía pasar un buen rato, y lo
estábamos pasando bien, pero en un
momento dado me di cuenta de que eras
la mujer que tanto tiempo llevaba
esperando encontrar.
—¿De verdad pensaste eso?
—Sí. Y quiero que sepas que respeto
muchísimo que antepongas tu deseo de
ser madre a encontrar a un compañero
—le dijo Pedro—. Porque es cierto
que lleva tiempo construir una relación,
y si tienes ese hijo y empiezas a salir
con un hombre eso te quitará tiempo de
estar con el niño, ¿no? Y si se convierte
en una relación seria y le presentas ese
tipo a tu hijo y al final la cosa no
funciona ya no serás la única que se
lleve una decepción; tu hijo también lo
sufrirá. Dice mucho de ti que no quieras
que pase por eso. Y como te he dicho, lo
respeto.
Pedro se había expresado en un tono
calmado, pero sus palabras denotaban
una empatía que Paula no había
esperado. ¿Habría pasado por algo
similar a lo que ella había pasado?
Habría querido preguntarle por su
infancia, por sus padres, por cosas de
las que no sabía si habrían hablado la
noche anterior, pero eso sería como
abrir nuevas puertas, y ya se sentía
bastante confundida como para añadir a
la imagen que tenía de Pedro la de un
chiquillo vulnerable.
—No lo entiendo—contestó
sacudiendo la cabeza—. Si respetas lo
que quiero hacer, ¿cómo es que hemos
acabado casados?
Los ojos castaños de Pedro se
clavaron en los suyos.
—Porque lo que te ofrecí era mejor
que tu plan.
—¿En qué sentido?
—Es muy sencillo. Lo que hay entre
nosotros no es amor, Paula. Aquí de lo
que se trata es de que reunimos todos los
«requisitos» necesarios para que una
relación funcione, sin ese componente
emocional que hace que se venga abajo.
Se trata de respeto y de comprometerse.
De metas compartidas y prioridades
compatibles. Se trata de ver el
matrimonio como una colaboración entre
dos socios, en vez de como una fantasía
romántica. En dos personas que se
gustan y se llevan bien.
Que se gustan y se llevan bien... Ese
había sido el punto de partida en todas
sus relaciones; la única diferencia
estaba en que, en esas relaciones, ni a
ella ni a su pareja les había parecido
que eso fuese suficiente. Pedro en
cambio...
—Así que lo que quieres decir es que
de lo que se trata es de las expectativas
que se tengan puestas en el matrimonio,
¿no es eso? Y que si se limitan las
expectativas nadie acabará
decepcionado.
—Más bien si se escogen unas
expectativas sensatas —la corrigió él—,
porque irá en favor nuestro.
Paula asintió lentamente.
—Así que más que marido y mujer
seríamos como... socios.
Bueno, era de esperar. ¿Qué otra cosa
podría querer de ella un hombre como
él?
Pedro frunció el ceño y la miró a los
ojos.
—No estoy hablando de una relación
sin ningún tipo de cariño. Estoy
hablando de partir de una amistad y
mejorarla.
—Si lo que estás buscando es una
amiga, Pedro, estoy segura de que
tienes cientos de mujeres entre las que
escoger. Mujeres a las que conozcas
mejor, en las que confíes, mujeres que
quieran lo que me estás proponiendo.
Pedro se quedó mirándola un
momento antes de responder:
—Pero es que es a ti a quien quiero
como compañera. La verdad es que no
hay otra mujer a la que conozca mejor.
Al menos en cuanto a prioridades y
valores. Además, cuando nos conocimos
no te movían motivos ocultos, ni sabías
quién era, ni si tenía dinero o no, y
tampoco lo que yo quería. De hecho,
desde el principio, lo que más me llamó
la atención de ti fue lo sincera que
fuiste, aun a riesgo de que fuera en tu
detrimento. Anoche me hablaste mucho
de ti, y me gusta lo que descubrí, Paula:
eres independiente, inteligente, tienes
sentido del humor, una conversación
interesante, eres auténtica... —le explicó
—. Es verdad que hay cosas de ti que
para mí aún son un misterio, pero me
gustan las cosas que sí sé, como qué es
lo que quieres de la vida, quién eres, y
que nos llevamos bien.
Paula tragó saliva.
—Pero todo eso lo dices por las
horas que pasamos juntos anoche.
No le parecía que eso fuera
suficiente.
—Anoche, esta mañana, ahora
mismo... me gusta lo que veo delante de
mí.
—Ya, pero... aunque sea la clase de
mujer que estabas buscando, ¿qué te
hace pensar que eres el hombre
adecuado para mí?
—Cuidaré de ti.
—Sé cuidar de mí misma.
—Lo sé. Es una de las muchas cosas
que aprecio de ti, que eres fuerte e
independiente, que tu felicidad no
dependerá de la atención que pueda
dedicarte en una semana o a la siguiente.
Pero, a pesar de eso, con mi apoyo no
tendrías que ser una madre soltera con
un único sueldo —contestó él—. Si te
casas conmigo podrás dedicarte por
entero a nuestros hijos en vez de ser una
esclava del mercado laboral. O puedes
seguir trabajando, si es lo que quieres.
Será lo que tú elijas. Además, tengo
personal de servicio en casa, así que
tampoco tendrías que ocuparte de las
labores de la casa —añadió—. Por mi
trabajo me veo obligado a viajar de vez
en cuando, pero nuestros hijos y tú
podrías acompañarme; podrías ver
mundo, conocer a gente nueva... Y no
habría nada que te atase más allá de las
pocas cosas que espero de una esposa.
Ella se tensó.
—¿Que son?
—Mis negocios tienen un fuerte
componente social, así que necesito una
esposa que sea capaz de mantener el
equilibrio en una conversación, que haga
de anfitriona y me acompañe a los
eventos a los que tenga que ir: cenas,
fiestas, actos benéficos... No sería más
de un par de veces por semana. Y los
niños, tantos como tú quieras tener,
serán siempre lo primero. Y por último
espero respeto hacia mí y a nuestros
votos matrimoniales.
Paula comprendió de inmediato.
—Fidelidad.
—Fidelidad —confirmó Pedro
asintiendo—. Conmigo no te sentirás
sola, Paula. Sé que lo que te estoy
proponiendo se sale de la norma; no
habrá cortejo ni promesas de amor
eterno. Pero no somos gente tradicional
—tomó su mano—. Creo que tenemos
una posibilidad de hacer que esto
funcione; lo único que te pido es una
oportunidad.
Una oportunidad... Paula tenía la
sensación de que sí podría funcionar, y
eso era parte del problema, porque
cuando había algo bueno luego dolía
perderlo. Ya le había pasado
demasiadas veces, y por eso había
tomado la decisión que había tomado.
Claro que con Pedro el amor no era
parte de la ecuación; solamente quería
una «socia», alguien que comprendiera
sus prioridades, una madre para sus
hijos, tantos como ella quisiera.
Siempre había soñado con una casa
llena de niños, pero... ¿y si se
encariñaba con él, y si llegaba a creer
que eran una familia de verdad y un día
él cambiaba de idea y la dejaba? No
podría soportarlo.
—Necesito pensarlo —se levantó y
fue hasta las puertas de la terraza.
Pedro fue tras ella, le puso las
manos en los hombros, y se los masajeó
suavemente. Una parte de ella quería
apartarlo, pero otra se daba cuenta de
que solo quería mostrarle la clase de
apoyo que estaba ofreciéndole,
recordarle que no estaría sola, que
habría alguien detrás de ella,
respaldándola.
—Lo comprendo, Paula. No
recuerdas nada de anoche y te asusta
aceptar mi palabra sobre algo de esta
magnitud —Pedro se apretó contra su
espalda y apoyó la barbilla en su cabeza
mientras seguía masajeándole los
hombros.
Paula  sintió que la tensión la
abandonaba, y no podía pensar en otra
cosa más que en lo agradable que era
aquella sensación.
—No te estoy pidiendo que me creas
—añadió él—, solo que creas en ti
misma.
Paula se giró y puso las manos en su
pecho como si fuera lo más natural del
mundo.
—¿Que crea en mí?
Pedro le apartó un mechón de la
frente.
—Anoche aceptaste casarte conmigo;
¿no quieres averiguar por qué?