martes, 28 de enero de 2014

CAPITULO 18


Qué diablos haces? —exigió saber
Paula, poniendo los brazos en jarras y
mirándolo como si quisiera fulminarlo
con la mirada.
Pedro, que estaba frente a ella en el
ascensor, tomó una foto con su teléfono
móvil y volvió a guardarlo en el bolsillo
de su chaqueta. Habían ido al hotel de
Paula para recoger sus cosas e irse al
de él.
—Documentar nuestra primera pelea.
Por un momento, Paula se quedó
aturdida, balbuceando algo ininteligible,
y él no pudo evitar sonreír divertido,
pero luego, en un instante, su enfado
volvió y le espetó en un tono gélido:
—Todavía no puedo creer que hayas
hecho eso.
—Vamos, es para nuestro álbum de
recuerdos.
—Sabes muy bien que no me refiero a
eso —contestó ella—. Teníamos un
trato. Claro que a lo mejor lo olvidaste
—añadió con retintín—. O a lo mejor no
se ajustaba a lo que tú querías y
simplemente cambiaste de opinión, ¿no?
Habían llegado a la planta inferior y
las puertas se abrieron silenciosamente.
—Lo segundo, desde luego
respondió él con una sonrisa traviesa
mientras salían.
Paula volvió a lanzarle una mirada
furiosa, pero no dijo nada. Tomaron un
taxi para ir al hotel de Pedro, y una vez
estuvieron en su suite se volvió hacia él
como un torbellino y le espetó:
—Me lo prometiste.
Cierto, lo había hecho, pero las
circunstancias no habían sido las
esperadas, y no había tenido más
remedio que ponerle los puntos sobre
las íes a su prima y compañía. Se cruzó
de brazos y le preguntó:
—¿No oíste lo que estaban diciendo
de ti? No iba a dejar que esas víboras
traicioneras...
Paula levantó una mano para
interrumpirlo.
—Me da igual lo que dijeran. Lo que
me importa es lo que tú me habías
prometido. Me preocupa lo que
verdaderamente tiene un valor, aquello
en lo que puedo creer.
Pedro, que no estaba dispuesto a
ceder, le sostuvo la mirada.
—Puedes  creer que  cuando nos
casamos juré honrarte, respetarte... y
protegerte todos los días de mi vida.
Paula parpadeó, y por un instante se
quedó sin palabras.
—Y cuando pronuncié esos votos lo
hice dispuesto a cumplirlos. No soy la
clase de hombre que se queda a un lado
titubeando mientras se meten con su
esposa. Esta noche habría querido hacer
lo que me pediste, Paula, y pensaba
hacerlo, pero entre cumplir mi promesa
para no estropearle la boda a tu prima, y
romperla para protegerte, no tuve dudas
en hacer lo segundo. Siempre te
antepondré a todo lo demás.
—Oh —musitó ella.
Tragó saliva para intentar deshacer el
nudo de emoción que se le había hecho
en la garganta. No podía dejar que unas
pocas palabras la volvieran tan
vulnerable.
Pedro fue hasta ella y la atrajo hacia
sí, apretándola contra su pecho.
—Perdona que rompiera mi promesa,
pero no me mantendré al margen si veo a
alguien haciéndote daño.
—Habría podido yo sola con ello —
le respondió ella. Como había hecho
durante toda su vida.
—Pero ¿por qué ibas a tener que
aguantar algo así?
—Porque Gabriela se merecía ser la
protagonista del día —reiteró ella. ¡Y él
le había prometido que así sería!
—Sí, pero tú también —Pedro tomó
su rostro entre ambas manos e hizo que
lo mirara—. Solo porque no recuerdes
nuestra boda no significa que no cuente.
Todo lo que estaba diciendo Pedro
parecía tener tanto sentido que estaba
sintiéndose tentada de confiar en él
como le había pedido y dar ese salto de
fe, pero no podía ignorar el profundo
abismo que se extendía a sus pies.
Escrutó los ojos de Pedro y le hizo
la pregunta en la que confluían todos sus
miedos y su reticencia.
—¿Y si seguimos adelante con este
matrimonio y al cabo de un tiempo ya no
te parece tan buena idea?
—Esa es la cuestión, Paula: eso no
va a pasar —Pedro se apretó el puente
de la nariz con el índice y el pulgar y
dejó escapar un suspiro—. El
compromiso es algo muy importante
para mí. Quiero algo duradero —la
expresión de sus ojos cambió de
repente. Por un momento se volvió
distante antes de tornarse intensa de
nuevo—. Quizá si nos diéramos un poco
más de tiempo...
—¿Te refieres a que salgamos? —
inquirió ella, que tenía muy claro que a
eso no iba a jugar.

CAPITULO 17


Josefina asintió y sofia, que alzó la
mirada en ese momento, la vio y se rio
por la nariz. Paula cerró los ojos e
inspiró profundamente, intentando
calmarse.
Pedro y ella ya llevaban allí más
tiempo del necesario, se dijo; podían
marcharse. O quizá él no dijera nada y
pudieran dejarlo correr.
Cuando abrió los ojos Pedro estaba
a su lado. Le rodeó la cintura con el
brazo y la miró fijamente antes de
inclinar la cabeza y decirle al oído:
—Deja que me ocupe yo.
Cuando Pedro bajó la mano a su
trasero y la besó en el cuello, Paula dio
un ligero respingo y puso los ojos como
platos, pero luego comprendió qué
estaba haciendo. Quería que su prima y
sus amigas lo vieran. Y su ardid tuvo el
efecto deseado, porque las tres se
miraron como sorprendidas.
Pedro se irguió, le dirigió una
sonrisa y la tomó de la mano para
llevarla hasta la mesa.
—Bueno, Paula y yo nos vamos a ir
yendo ya —anunció.
Gabriela, Sofia y Josefina lanzaron gemidos
de indignación.
—Ni hablar, tienen que quedarse un
poco más —protestó Gabriela—. No me
pueden negar ese capricho; es mi día. Es
prerrogativa de la novia.
Pedro, con una mano en la cintura de
Paula, y la otra en el bolsillo del
pantalón, esbozó una media sonrisa que
era más bien una advertencia de que no
le tocara las narices.
—Prerrogativa de la novia... —
murmuró—. Claro, ¿cómo no?
Paula debería haberse dado cuenta
de lo que pretendía, pero no cayó en la
cuenta hasta que Pedro sacó la mano
del bolsillo y vio lo que tenía en ella y
sintió que el alma se le caía a los pies.
—Paula —le dijo con una sonrisa de
adoración y un brillo obstinado en los
ojos—. Sé que querías que esperemos
para darles la noticia, pero yo ya no
puedo esperar más, ni un solo segundo.
Paula estaba demasiado aturdida
para reaccionar cuando Pedro deslizó
el anillo en su dedo y alzó su mano para
que todos la vieran.
—Sé que les parecerá algo repentino,
pero no podía dejar escapar a esta mujer
—les dijo.
Los ojos llorosos de Gabriela pasaron de
su anillo al de Paula.
—¿Te has casado? —le dijo con una
mezcla de incredulidad e indignación—.
¿En el día de mi boda?
Paula intentó pensar qué decir, o qué
disculpa podía darle, pero no se le
ocurría nada, y cuando abrió la boca de
repente los brazos de Pedro la
rodearon desde atrás, dejándola sin
aliento.
—Por supuesto que no —respondió él
—, nos casamos anoche, de madrugada.
Sofia y Josefina se miraron una a otra y
sacudieron la cabeza, como si no
pudieran creer que aquello estuviera
ocurriendo.
—Y sé que es temprano —continuó
Pedro—, pero los dos estamos
deseando marcharnos para seguir con
nuestra luna de miel, así que si nos
disculpan... —y con todos mirando alzó
a Paula en volandas—. Ah, le he dicho
al camarero que las copas corren de mi
cuenta. Gabriela, Roberto: enhorabuena de
nuevo; que sean muy felices.