lunes, 27 de enero de 2014

CAPITULO 16


—Quiero decir que... —continuó—.
Bueno, Paula te pescó anoche, sí, pero
¿cómo es que no has roto ya el sedal y
has desaparecido? Es lo que hacen
todos los hombres.
Paula no habría sabido decir si
estaba flirteando con él o solo
bromeando, pero desde luego no tenía
ningún tacto.
Pedro, que estaba sentado junto a
ella, le pasó el brazo por encima de los
hombros.
—Este pez no —respondió—. Paula
es increíble y espero que nuestra
relación prosiga por mucho tiempo.
Sofia se inclinó hacia delante,
exhibiendo sus atributos.
—¿Relación?
Paula sintió que le ardían las
mejillas cuando todas las miradas se
posaron en la mano de Pedro, cuyo
pulgar estaba dibujando arabescos en su
hombro. Durante toda la velada se había
mostrado simplemente atento con ella,
en un esfuerzo por respetar sus deseos y
mantener en secreto su matrimonio. Sin
embargo, la clase de preguntas que le
estaban haciendo Sofia y Josefina podían
acabar llevándoles a averiguar la
verdad.
Los ojos de la astuta Sofia los miraron
a uno y a otro un par de veces y soltó
una risa despectiva.
—¡Oh, por favor, Paula, dime que no
lo has hecho!
El corazón le dio un vuelco a Paula.
De algún modo Sofia se había dado
cuenta de lo que estaban ocultándoles.
Gabriela, que estaba mirándola expectante
como los demás, nunca la perdonaría.
—¡No me digas que has hecho otro
amigo!
Sofia pronunció la última palabra con
tal desdén que Paula se dio cuenta de
que no la había descubierto. Aliviada,
esbozó una sonrisa forzada.
—¿A qué te refieres? —inquirió
Pedro.
Había empleado un tono casual, pero
aún así Paula advirtió cierta hostilidad
en su voz, y no le gustó nada la media
sonrisa que había en sus labios cuando
giró la cabeza para mirarlo.
—No es nada,Pedro —le dijo, con
la esperanza de que viera en sus ojos la
súplica de que lo dejara estar. La
súplica y la promesa de que se lo
explicaría más tarde, cuando ya no
estuviesen allí—. ¿Sabes qué? Me
muero por otra tónica. ¿Me acompañas a
la barra?
Pedro esbozó una sonrisa, esa vez
de verdad, se puso de pie y le tendió la
mano.
—¿Qué tal si antes bailamos un poco?
Paula no tuvo siquiera tiempo de
contestar, y de repente se encontró en
medio de la pista con él, rodeada de
gente. Pedro la asió por la cintura con
ambas manos para atraerla hacia sí, y la
condujo al ritmo de la música, rozando
sus muslos contra los de ella. Exudaba
sensualidad y confianza en sí mismo, y
al cabo de unos minutos Paula se
encontraba de nuevo en ese estado a
medio camino entre la risa tonta y el
deseo, y se olvidó por completo de
Josefina y de Sofia.

Pedro le dio las gracias al camarero,
tomó el vaso de tónica con hielo que
Paula le había pedido, y miró con
aprehensión la mesa del grupo como un
hombre a punto de encaminarse al
patíbulo.
Paula aún estaba en el servicio, y
parecería un pervertido si se fuera a
esperarla delante de la puerta, así que
hizo de tripas corazón y se dirigió de
vuelta a la mesa, preparándose
mentalmente para desviar las preguntas
que le hicieran sobre sus finanzas, el
valor de su empresa, Industrias Alfonso, o
si Paula había conseguido hacerse con
parte de su esperma.
Estaba deseando salir de allí para
poder tener a Paula para él solo, y para
perder de vista a Sofia, a Josefina, y hasta a
Gabriela, que estaban acabando con su
paciencia. Por la capacidad que tenía
Paula para que le resbalaran sus burlas
y sus chistes, le daba la impresión de
que debía haberla adquirido a base de
práctica, y no le gustaba pensar que la
trataban habitualmente de ese modo.
Mientras iba hacia la mesa vio que
Roberto y sus dos testigos seguían
conversando entre ellos, y que Gabriela se
había quitado los zapatos y tenía puestos
los pies en su asiento, dejando
únicamente libre la silla de Paula, junto
a Sofia y Josefina. ¿Sentarse al lado de
aquellas dos chismosas? No, gracias.
Por eso finalmente optó por quedarse a
unos pasos a espaldas del grupo,
observando a la gente que bailaba
mientras esperaba a Paula.
Las desagradable risas de Sofia y
Josefina lo hicieron contraer el rostro.
—¡Pero mira que son malas!
Pedro no quería ni saber de qué
estaban hablando, pero a pesar del
volumen de la música, como no estaba
muy lejos y ellas estaban hablando a
gritos para oírse, no pudo evitar oír su
conversación.
—Oh, vamos, es que es patético —
estaba diciendo Sofia.
Paula es incapaz de conseguir
mantener a un hombre a su lado —
intervino Josefina.
Eso le hizo girar la cabeza. No se
habían dado cuenta de que estaba detrás
de ellas, y otra vez estaban hablando de
su esposa, de la mujer que había
discutido con él para que respetase ese
día no haciéndole sombra a la novia con
la noticia de que se habían casado.
—No sé a quién cree que engaña con
este —dijo Sofia—. Estoy segura de que
igual que con todos los demás solo
acabará siendo su amigo y de que ha
venido por hacerle el favor.
Probablemente para que la dejáramos
tranquila.
Gabriela levantó una mano para
interrumpirlas. Bueno, menos mal, por
fin su prima iba a mostrar algo de
lealtad hacia Paula, pensó. Sin
embargo, cuando empezó a hablar le
hirvió la sangre en las venas.

Los pasos de Paula se volvieron
vacilantes mientras se acercaba a la
mesa.
—...y todos dicen, como este hombre, que
Paula es increíble, pero no lo será tanto
para que acaben huyendo de ella.
Paula se quedó espantada al oír a
Gabriela hablando así de ella con Pedro de
pie detrás, a solo unos pasos de ellas. Él
también lo había oído; lo sabía por la
rigidez de su postura, por la mandíbula y
los puños apretados, como si estuviera
haciendo un esfuerzo por contenerse.

CAPITULO 15



Sería tan fácil darle lo que quería,
pensó ella, darle lo que en cierto modo
ella quería también. Podría dejar que
volviera a ponerle el anillo y ceder a la
tentación, pero aquello podía tener
resultados desastrosos.
—Espera —se obligó a decir
finalmente.
Pedro sonrió divertido.
—¿Nerviosa? Te prometo que lo haré
con suavidad —bromeó—. No soy un
principiante.
Paula agradeció su sentido del
humor, que logró quitar tensión al
momento.
—No puedo seguir con esto —le dijo
—, no creo que sea una buena idea.
—¿Por qué no? Ya estamos casados
—continuó él con la broma,
acariciándole la yema del dedo con el
anillo—. Tú también lo deseas; lo sé.
Una parte de ella sí quería darle una
oportunidad, pero había otra que sabía
que en la práctica el llevar ese anillo
equivaldría a renunciar a sus planes, a la
sensación de tener el control sobre su
futuro.
Pedro estaba observándola,
estudiando cada minúscula reacción: el
rubor de sus mejillas, su pestañeo
nervioso, su vacilación...
Puso una mano en su pecho desnudo.
Era cálido y firme al tacto, y de nuevo
se sintió tentada de dejarse llevar, pero
ella no era así, y esperaba que él lo
entendiese.
—No estoy preparada. No estoy
segura de poder darte lo que me estás
pidiendo.
Pedro asintió.
—Póntelo de todos modos —le dijo
—. Aún eres mi esposa; ¿por qué no
aprovechas y pruebas todo el lote para
ver cómo te sientes en ese papel?
Paula bajó la vista al reluciente
anillo de diamantes. Era sencillamente
exquisito; no había visto ningún otro que
pudiera comparársele.
Tragó saliva y alzó de nuevo la vista
hacia Pedro, que aguardaba su
respuesta. Al ver la mirada posesiva en
sus ojos estuvo tentada una vez más de
ceder, pero no podía hacerlo.
—Creo que será mejor que no —
respondió, intentando que su tono sonara
tan despreocupado como el de él—. Y
respecto a lo de que estamos casados y
todo eso... estaba pensando que no
tenemos por qué mencionarlo en la boda
de mi prima. Mejor dejar que piensen
que soy una chica fácil y algo ligera de
cascos.
Pedro tragó saliva y se quedó muy
quieto.
—De modo que no quieres que lo
sepan —murmuró.
—Preferiría que no.
Pedro se quitó de encima de ella y
volvió a guardarse el anillo. Paula se
bajó de la cama y fue hasta el espejo de
pie para comprobar que no se hubiera
estropeado el peinado.
—Creía que no te gustaba mentir.
De todas las cualidades que había
visto en Paula la noche anterior,
aquella era la que más apreciaba. La
honestidad era algo muy importante para
él.
Paula se volvió y lo miró con una
ceja enarcada.
—Y no me gusta, pero eso no
significa que vaya por ahí anunciando a
los cuatro vientos cada detalle sobre mi
vida sin necesidad. Preferiría que no lo
mencionases.
Una mentira por omisión. Resultaba
irónico, porque su propia existencia
había sido una mentira por omisión
durante los primeros diez años de su
vida. Al crecer se había jurado a sí
mismo que ninguna mentira volvería a
enturbiarla, y sin embargo, allí estaba,
casado con una mujer que quería
mantener su matrimonio en secreto,
como si fuese algo de lo que tuviera que
avergonzarse.
—Te dije que la sinceridad es
importante para mí; hemos hablado de
ello esta misma mañana.
Pedro... —le dijo Paula en un
tono irritado, como si fuese a ella a
quien no le gustase la conversación que
estaban teniendo—. Vamos a la boda de
mi prima, y aunque no estemos muy
unidas, si me presento con tu anillo en el
dedo, nadie le restaré protagonismo. No
puedo hacerle eso. Lo siento, pero
espero que lo comprendas y que lo
respetes.
Al oír su respuesta, Pedro sintió que
su tensión se desvanecía y alzó la vista
hacia ella.
—¿No quieres ocultárselo porque te
avergüenza?
Paula ladeó la cabeza, como si no
estuviera segura de haber oído lo que
había oído.
—¿Por qué iba a avergonzarme? ¡Ah,
ya, claro! Porque eres un hombre feo e
insufrible —contestó con ironía.
Pedro se rio aliviado.
—Algo así.
Paula esbozó una pequeña sonrisa y
se quedó mirándolo pensativa.
—Bueno, si quieres que te sea
completamente sincera, un poco
avergonzada sí que estoy: he tomado una
de las decisiones más importantes de mi
vida estando tan borracha que ni
siquiera lo recuerdo. Claro que tampoco
me engaño creyendo que vamos a poder
mantenerlo en secreto mucho tiempo,
porque en cuanto se lo haya dicho a mi
madre se lo contará a todo el mundo. Y
ese es el motivo por el que no la he
llamado todavía.
—Puede que sea mejor que no se lo
digas todavía. ¿Y si al final decidimos
divorciarnos?
Paula se rio.
—Aunque sé que no sería capaz de
guardar un secreto, siempre se lo cuento
todo. La llamaré cuando el fin de
semana haya acabado y yo haya vuelto a
casa. Y sé que en cuanto cuelgue
empezará a difundirlo a los cuatro
vientos —cerró los ojos un instante e
inspiró—. Te aseguro que mi familia me
lo recordará el resto de mis días aunque
nos divorciemos.
—¿Y no te molesta que haga eso?
Paula suspiró.
—Sí, pero ya he aceptado que no
puedo cambiar ni a mi madre ni a mi
familia —respondió—. ¿Me prometes
que no mencionarás en la boda que
estamos casados?
Pedro frunció los labios, pero
finalmente claudicó.
—Está bien, te lo prometo.

La boda transcurrió sin problemas.
Gabriela y Roberto se dieron el «sí quiero» en
una capilla no muy distinta, según
Pedro, a la capilla en la que ellos se
habían casado la noche anterior.
Pronunciaron sus votos, intercambiaron
los anillos, y sellaron su unión con un
beso.
Fue una ceremonia preciosa, y Paula
no dejó que se la estropearan Josefina y
Sofia, que habían estado burlándose de
su falta de experiencia por haber
alargado un ligue de una noche hasta el
día siguiente.
Se había preparado mentalmente
porque sabía que iban a provocarla y
divertirse a su costa; ya le había
advertido a Pedro de que lo harían. Lo
que no se había esperado era lo
protector que su recién estrenado marido
iba a mostrarse con ella. Ni que fuera a
ser capaz de estropear cada chiste del
dúo. Aun así, Sofia y Josefina insistían.
—Bueno, Pedro, y ahora en serio:
¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó
Josefina a gritos.
Si no, no la habría oído con lo alta
que estaba la música del club nocturno
al que todos habían ido a bailar después
del banquete.