sábado, 8 de febrero de 2014

CAPITULO 51 (CAPITULO FINAL)


Aquello no podía estar pasando, no era
real, no era posible.
—Oh, Dios mío... —murmuró Paula.
Un sollozo escapó de su garganta y
alargó las manos hacia él, asiéndolo por
los brazos y tirando de él para que se
levantara. Cuando se irguió, sacudió la
cabeza y le dijo:
—Pedro, no estoy embarazada.

Él se quedó mirándola un buen rato, y
los músculos de su garganta se movieron
como si estuviese intentando decir algo
pero no le saliesen las palabras.
Finalmente la estrechó entre sus brazos,
y el suspiro de alivio que exhaló
conmovió a Paula.
—Tu cuenta de correo se había
quedado abierta en el portátil del
estudio —le explicó Pedro con la voz
ronca por la emoción—. Vi el mensaje
del banco de esperma...
Paula le puso una mano en el pecho.
—Ese mensaje me lo enviaron en
respuesta a una consulta que hice hace
meses, antes de que nos conociéramos.
No me sentía preparada para seguir
adelante con esos planes.
Para empezar seguían estando
casados. Y lo que sentía por Pedro...
No podría haber dado un paso tan
importante con el corazón hecho añicos.
Por eso había decidido posponer esos
planes durante al menos uno o dos años.
Pedro tomó su rostro entre ambas
manos.
—No me importa.
El tono calmado de sus palabras
contrastaba vivamente con la intensidad
de su mirada. Paula enarcó una ceja,
sin comprender.
—Te quiero de todos modos, Paula,
aunque no entre un bebé en el lote.
Paula se rio suavemente. ¿Cómo lo
hacía?, ¿cómo conseguía hacerla reír
siempre?
—¿Me quieres de todos modos? —
repitió.
Pedro asintió.
—No creí que fuera capaz de amar a
alguien, pero supongo que es porque
nunca había conocido a alguien como tú.

La amaba... Pedro la amaba...
Los labios de él se curvaron en una
sonrisa lobuna antes de volver a tomar
sus labios con un beso que sabía a
promesas, promesas que ella jamás se
habría atrevido a soñar o a pedir.
La lengua de Pedro se deslizó entre
sus dientes y acarició la suya
sensualmente hasta que las manos de
Paula estrujaron de nuevo su camisa,
aferrándose a él como si le fuera en ello
la vida.
Sin interrumpir el beso, las manos de
Pedro comenzaron un lento viaje por su
cuerpo, siguiendo la curva de sus
caderas, las redondeadas nalgas, la
espalda...
Paula se dejó llevar cuando la
empujó suavemente, haciéndola caminar
hacia atrás hasta que su espalda chocó
con la puerta.
—Te quiero —susurró Pedro contra
sus labios.
—Y yo a ti, Pedro. Y quiero todo lo
que estás ofreciéndome —murmuró ella,
deleitándose en el peso del cuerpo de
Pedro, pegado al suyo—. Quiero ser tu
esposa y la madre de tus hijos. Pero...
Él, que iba a besarla de nuevo, se
detuvo y la miró preocupado.
—¿Pero?
Ella deslizó la mano por la mandíbula
de Pedro antes de posarla sobre la
hilera de botones de su camisa.
—Pero quería preguntarte qué te
parecería si esperásemos un poco para
tener hijos. Quizá unos meses, o un año.
—¿Darnos un periodo de prueba? —
inquirió él. Paula vio decepción y
dolor en sus ojos, pero luego brillaron
con determinación y le dijo—: Si es lo
que quieres, esperaremos; lo más
importante es que te sientas bien, que no
te sientas presionada.
Paula le desabrochó el primer botón
y sacudió la cabeza.
—No  es eso; no necesito que
tengamos un periodo de prueba.
Pedro escrutó su rostro en silencio.
—¿Entonces por qué...?
—Porque ahora mismo lo único que
quiero eres tú —murmuró ella antes de
desabrocharle el siguiente botón—.
Después de todo, tenemos por delante de
nosotros el resto de nuestras vidas. Y
ahora, señor Alfonso, estoy lista para que
me des el beso de «te quiero».
Pedro sonrió de oreja a oreja.
—Será un placer, señora Alfonso —
contestó emocionado antes de rodearle
la cintura con los brazos y atraerla hacia
sí.
—Te quiero, Paula.
El beso que le dio pretendía ser el
primero de otros muchos que llegarían
después, pero a ambos les resultó tan
familiar que no habrían podido negar
que el amor había estado allí todo el
tiempo, flotando entre ellos, esperando a
ser reconocido. Con todo, fue un beso
sin reservas, una promesa de «un felices
por siempre jamás»... 






FIN






















CAPITULO 50



Pedro frunció el ceño.
—¿No tenías siquiera puesta la
cadena de seguridad? —le dijo en un
tono airado y posesivo—. Primero una
señora mayor que bajaba me ha abierto
la puerta y me ha dejado entrar sin
preguntarme quién era. Y ahora tú vas y
me abres sin cerciorarte siquiera de que
era yo. Paula, sé que este es un buen
barrio pero... ¡por amor de Dios!
Ella sacudió la cabeza, demasiado
aturdida para pensar en nada que no
fuera el hecho de que Pedro estaba allí.
Había vuelto. Otra vez.
Irritado consigo mismo, Pedro se
pasó una mano por el cabello. Sabía que
se estaba comportando como un imbécil,
pero no podía evitarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —
inquirió ella en un hilo de voz.
Pedro abrió la boca para contestar,
pero de repente no podía articular
palabra, no podía apartar la vista de
Paula, de sus hermosos ojos, de su
dulce boca. Esa boca que hacía tanto
tiempo que no veía sonreír. Demasiado.
Parecía más delgada, y no le gustaban
las ojeras que tenía, pero jamás había
visto nada tan bello como le pareció
Paula en ese momento.
Se aclaró la garganta y bajó la vista a
la mano que ella tenía sobre su
abdomen, como en ademán defensivo.
—¿Por qué he esperado tanto? —se
preguntó en voz alta, consciente de la
futilidad de aquella pregunta.
Paula parpadeó. En sus ojos había
confusión, dolor... y también
determinación.
Pedro, tienes que poner fin a esto.
¿Por qué lo haces, por qué me llamas y
te presentas aquí sin avisar? Me... —
tragó saliva, y pareció que aquello le
costara un esfuerzo monumental—. Me
estás haciendo daño.
Pedro se sintió fatal, sobre todo
porque sabía que era la verdad. Si no
hubiera sido tan estúpido, si se hubiese
dado cuenta antes... No les habría hecho
pasar a ninguno de los dos por todo ese
dolor.
—Lo siento.
—Si lo sientes, márchate —murmuró
ella. Una lágrima rodó por su mejilla, y
el corazón de Pedro se retorció de
dolor—. Por favor, Pedro. No puedo
ser la clase de esposa que quieres que
sea. Nunca podré serlo.Déjame
marchar.
—No —Pedro sacudió la cabeza
con solemnidad—. Lo he intentado, pero
no puedo.
—Pues tienes que hacerlo.
—¡Nunca te dejaré marchar!
Las palabras habían escapado de su
garganta antes de que pudiera pensar
siquiera en refrenarlas.
Paula se quedó mirándolo aturdida, y
cuando la vio parpadear, el primer signo
de que estaba saliendo de ese estado
momentáneo de estupor, a Pedro le
entró pánico.
No había dicho suficiente, no se había
explicado, y no podía arriesgarse a que
ella respondiera antes de que le dijera
todo lo que necesitaba que supiera.
Por eso, recurrió al truco más bajo
que tenía en su arsenal. Aquello era
demasiado importante para él, Paula
era demasiado importante para él como
para arriesgarlo todo solo por seguir las
reglas del juego.
Por primera vez en su vida no maldijo
a su padre por los genes que formaban el
lado oscuro de su carácter. Dio un paso
adelante y le pasó una mano a Paula
por la nuca antes de tomar sus labios
con un beso primero tierno y luego
apasionado, con el que intentó
transmitirle todo lo que sentía: lo mucho
que la había echado de menos, cuánto la
deseaba, el poder que ejercía sobre él...
Cuando despegó sus labios de los de
ella,Paula, cuyas manos se habían
aferrado a su camisa, lo miró aún más
confundida, pero Pedro no le dio
tiempo a reaccionar, sino que prosiguió
con su asalto, esa vez expresándole con
palabras lo que había descubierto.
—Paula, yo no quería enamorarme
—le confesó—. Vi lo que le hizo a mi
madre y yo no quería sufrir de ese modo
ni hacer sufrir a una mujer lo que sufrió
ella. Es una emoción que he evitado
durante toda mi vida adulta,
manteniéndome siempre distante y
poniendo barreras cada vez que iniciaba
una relación. Cuando te conocí, todo
cambió. En el transcurso de unas horas
me había casado contigo y las reglas por
las que se había regido mi vida hasta
entonces se habían convertido en cosa
del pasado. Me juré por activa y por
pasiva que tendríamos un matrimonio
que se basara en la sensatez y no en los
sentimentalismos, en el que nadie
resultara herido, pero ni siquiera podía
mantener el control sobre mí. Contigo no
me conformaba con algo a medias, y me
buscaba todas las excusas posibles, pero
era incapaz de admitir lo que realmente
estaba ocurriendo.
Pedro... —murmuró ella.
—Te dije que no quería que fuéramos
amigos, pero no es verdad. Quiero ser tu
amigo, tu amante, tu esposo, y el padre
de tus hijos —hizo una pausa y tragó
saliva—. Sé que vas a decirme que ya
es tarde, Paula, pero no lo es.
Hincó una rodilla en el suelo y, bajo
la atenta mirada de Paula, que estaba
observándolo con los ojos como platos,
sacó el anillo del bolsillo de la chaqueta
y lo levantó.
—Querré a este bebé como si fuera
mío —dijo poniendo la mano libre en el
vientre de Paula. Y nunca tendré un
solo momento de duda porque prometo
quererlo tanto como te quiero a ti.
Paula aspiró hacia dentro al oír
aquella confesión.
—Sé que no recuerdas la primera vez
que te propuse matrimonio, pero tengo la
esperanza de que esta no la olvidarás.
Paula, te quiero y, si aceptas mi
proposición, me gustaría darte una vida
entera de lo que me has demostrado que
es lo más importante: risas, amor,
charlar hasta bien entrada la noche...
Quiero que seas mi esposa, y que lo seas
de verdad, porque te quiero, durante los
años de vida que Dios quiera darnos.
Con el corazón martilleándole en el
pecho y el aliento contenido, Pedro
aguardó su respuesta.











CAPITULO 49




Seis horas después, Pedro bajaba las
escaleras a toda prisa palpándose los
bolsillos para asegurarse de que no se le
olvidaba nada.
¿Cartera? La llevaba. ¿Llaves?
También. ¿El anillo? Sí, y parecía que le
quemase en el bolsillo de la chaqueta.
Nervioso, miró su reloj de muñeca.
Podía hacerlo. Su vuelo salía dentro de
cuarenta y cinco minutos, y subiría a ese
avión aunque tuviera que comprar la
compañía.
Y cuando llegara a Denver... El
estómago le dio un vuelco al imaginar
los distintos escenarios posibles. Solo
uno de ellos le proporcionaría el final
feliz que únicamente hacía unas horas
había aceptado que quería.
Apartando todos los demás de su
mente asió el pomo de la puerta y... ¡El
billete de avión! ¡Se había olvidado el
billete! De hecho, se había olvidado de
imprimirlo. Corrió al estudio y encendió
el portátil que tenía allí, mirando el
reloj una y otra vez mientras se
encendía. ¡Vamos!, ¡tenía que llegar a
tiempo al aeropuerto!
Necesitaba decirle por qué su
matrimonio podría funcionar. Y no era
por ninguna de las razones que había
estado repitiéndole desde el principio,
sino porque había descubierto que había
una serie de cosas sin las que no podría
soportar seguir viviendo.
El fondo de escritorio del portátil era
una foto de los dos en una cena benéfica
del mes anterior. Salían los dos
riéndose, y sus dedos jugaban con un
mechón de pelo de ella mientras se
miraban a los ojos. Y por el modo en
que él la estaba mirando... ¿cómo podía
no haberse dado cuenta?
Abrió el navegador de Internet y vio
que Paula no había cerrado su sesión
de correo de Gmail. Estaba a punto de
abrir otra pestaña para ir a la página de
la compañía aérea, cuando sus ojos se
detuvieron en un mensaje marcado como
importante. Al leer la vista previa se le
cayó el alma a los pies. Era un mensaje
del banco de esperma, enviado hacía
cinco días.

Asunto: Respuesta a su consulta.
Puede pasar en cualquier momento a
recoger esperma del donante
#43409089RS1, por el que se había
interesado.



Paula llevaba un buen rato sentada
en la mesa de la cocina con el periódico
delante, pero ni siquiera había pasado
de página. Estaba muy baja de moral, y
no podía dejar de darle vueltas a la
cabeza.
Se levantó con un suspiro de la
banqueta, y fue al fregadero a servirse
un vaso de agua. No pudo evitar pensar
en todas las veces que, durante esos dos
meses, cuando Pedro ya estaba en casa,
se había asomado al estudio para
llevarle un refresco o algún aperitivo.
Se había mostrado muy atento y solícito
con ella, sobre todo en los momentos en
que ella, abstraída en el trabajo, se
olvidaba de cuidar de sí misma... pero
no era amor.
Resultaba irónico que, una vez que
había decidido prescindir del amor en
su vida, hubiera conocido a Pedro y el
enamorarse de él hubiese dado al traste
con su matrimonio.
¿Por qué había tenido que
enamorarse, por qué no había podido
conformarse con la relación que habían
acordado?, ¿por qué no había podido ser
la esposa que él necesitaba que fuera?
En ese momento llamaron a la puerta,
y Paula agradeció que aquella
interrupción la sacara de la espiral de
pensamientos autodestructivos en la que
había caído.
El corazón le dio un brinco, pero
entonces se dio cuenta de que no habían
llamado al telefonillo. Seguramente era
otro paquete para la señora Gandle, del
2ºC. Siempre estaba comprando cosas
de la teletienda.
Reprendiéndose a sí misma por haber
sido tan tonta como para haber abrigado
siquiera una tímida esperanza al oír el
timbre, fue hasta la puerta y la abrió.
—¿Pedro? —musitó incrédula al verlo plantado delante ella.