sábado, 8 de febrero de 2014

CAPITULO 49




Seis horas después, Pedro bajaba las
escaleras a toda prisa palpándose los
bolsillos para asegurarse de que no se le
olvidaba nada.
¿Cartera? La llevaba. ¿Llaves?
También. ¿El anillo? Sí, y parecía que le
quemase en el bolsillo de la chaqueta.
Nervioso, miró su reloj de muñeca.
Podía hacerlo. Su vuelo salía dentro de
cuarenta y cinco minutos, y subiría a ese
avión aunque tuviera que comprar la
compañía.
Y cuando llegara a Denver... El
estómago le dio un vuelco al imaginar
los distintos escenarios posibles. Solo
uno de ellos le proporcionaría el final
feliz que únicamente hacía unas horas
había aceptado que quería.
Apartando todos los demás de su
mente asió el pomo de la puerta y... ¡El
billete de avión! ¡Se había olvidado el
billete! De hecho, se había olvidado de
imprimirlo. Corrió al estudio y encendió
el portátil que tenía allí, mirando el
reloj una y otra vez mientras se
encendía. ¡Vamos!, ¡tenía que llegar a
tiempo al aeropuerto!
Necesitaba decirle por qué su
matrimonio podría funcionar. Y no era
por ninguna de las razones que había
estado repitiéndole desde el principio,
sino porque había descubierto que había
una serie de cosas sin las que no podría
soportar seguir viviendo.
El fondo de escritorio del portátil era
una foto de los dos en una cena benéfica
del mes anterior. Salían los dos
riéndose, y sus dedos jugaban con un
mechón de pelo de ella mientras se
miraban a los ojos. Y por el modo en
que él la estaba mirando... ¿cómo podía
no haberse dado cuenta?
Abrió el navegador de Internet y vio
que Paula no había cerrado su sesión
de correo de Gmail. Estaba a punto de
abrir otra pestaña para ir a la página de
la compañía aérea, cuando sus ojos se
detuvieron en un mensaje marcado como
importante. Al leer la vista previa se le
cayó el alma a los pies. Era un mensaje
del banco de esperma, enviado hacía
cinco días.

Asunto: Respuesta a su consulta.
Puede pasar en cualquier momento a
recoger esperma del donante
#43409089RS1, por el que se había
interesado.



Paula llevaba un buen rato sentada
en la mesa de la cocina con el periódico
delante, pero ni siquiera había pasado
de página. Estaba muy baja de moral, y
no podía dejar de darle vueltas a la
cabeza.
Se levantó con un suspiro de la
banqueta, y fue al fregadero a servirse
un vaso de agua. No pudo evitar pensar
en todas las veces que, durante esos dos
meses, cuando Pedro ya estaba en casa,
se había asomado al estudio para
llevarle un refresco o algún aperitivo.
Se había mostrado muy atento y solícito
con ella, sobre todo en los momentos en
que ella, abstraída en el trabajo, se
olvidaba de cuidar de sí misma... pero
no era amor.
Resultaba irónico que, una vez que
había decidido prescindir del amor en
su vida, hubiera conocido a Pedro y el
enamorarse de él hubiese dado al traste
con su matrimonio.
¿Por qué había tenido que
enamorarse, por qué no había podido
conformarse con la relación que habían
acordado?, ¿por qué no había podido ser
la esposa que él necesitaba que fuera?
En ese momento llamaron a la puerta,
y Paula agradeció que aquella
interrupción la sacara de la espiral de
pensamientos autodestructivos en la que
había caído.
El corazón le dio un brinco, pero
entonces se dio cuenta de que no habían
llamado al telefonillo. Seguramente era
otro paquete para la señora Gandle, del
2ºC. Siempre estaba comprando cosas
de la teletienda.
Reprendiéndose a sí misma por haber
sido tan tonta como para haber abrigado
siquiera una tímida esperanza al oír el
timbre, fue hasta la puerta y la abrió.
—¿Pedro? —musitó incrédula al verlo plantado delante ella.

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