sábado, 8 de febrero de 2014

CAPITULO 51 (CAPITULO FINAL)


Aquello no podía estar pasando, no era
real, no era posible.
—Oh, Dios mío... —murmuró Paula.
Un sollozo escapó de su garganta y
alargó las manos hacia él, asiéndolo por
los brazos y tirando de él para que se
levantara. Cuando se irguió, sacudió la
cabeza y le dijo:
—Pedro, no estoy embarazada.

Él se quedó mirándola un buen rato, y
los músculos de su garganta se movieron
como si estuviese intentando decir algo
pero no le saliesen las palabras.
Finalmente la estrechó entre sus brazos,
y el suspiro de alivio que exhaló
conmovió a Paula.
—Tu cuenta de correo se había
quedado abierta en el portátil del
estudio —le explicó Pedro con la voz
ronca por la emoción—. Vi el mensaje
del banco de esperma...
Paula le puso una mano en el pecho.
—Ese mensaje me lo enviaron en
respuesta a una consulta que hice hace
meses, antes de que nos conociéramos.
No me sentía preparada para seguir
adelante con esos planes.
Para empezar seguían estando
casados. Y lo que sentía por Pedro...
No podría haber dado un paso tan
importante con el corazón hecho añicos.
Por eso había decidido posponer esos
planes durante al menos uno o dos años.
Pedro tomó su rostro entre ambas
manos.
—No me importa.
El tono calmado de sus palabras
contrastaba vivamente con la intensidad
de su mirada. Paula enarcó una ceja,
sin comprender.
—Te quiero de todos modos, Paula,
aunque no entre un bebé en el lote.
Paula se rio suavemente. ¿Cómo lo
hacía?, ¿cómo conseguía hacerla reír
siempre?
—¿Me quieres de todos modos? —
repitió.
Pedro asintió.
—No creí que fuera capaz de amar a
alguien, pero supongo que es porque
nunca había conocido a alguien como tú.

La amaba... Pedro la amaba...
Los labios de él se curvaron en una
sonrisa lobuna antes de volver a tomar
sus labios con un beso que sabía a
promesas, promesas que ella jamás se
habría atrevido a soñar o a pedir.
La lengua de Pedro se deslizó entre
sus dientes y acarició la suya
sensualmente hasta que las manos de
Paula estrujaron de nuevo su camisa,
aferrándose a él como si le fuera en ello
la vida.
Sin interrumpir el beso, las manos de
Pedro comenzaron un lento viaje por su
cuerpo, siguiendo la curva de sus
caderas, las redondeadas nalgas, la
espalda...
Paula se dejó llevar cuando la
empujó suavemente, haciéndola caminar
hacia atrás hasta que su espalda chocó
con la puerta.
—Te quiero —susurró Pedro contra
sus labios.
—Y yo a ti, Pedro. Y quiero todo lo
que estás ofreciéndome —murmuró ella,
deleitándose en el peso del cuerpo de
Pedro, pegado al suyo—. Quiero ser tu
esposa y la madre de tus hijos. Pero...
Él, que iba a besarla de nuevo, se
detuvo y la miró preocupado.
—¿Pero?
Ella deslizó la mano por la mandíbula
de Pedro antes de posarla sobre la
hilera de botones de su camisa.
—Pero quería preguntarte qué te
parecería si esperásemos un poco para
tener hijos. Quizá unos meses, o un año.
—¿Darnos un periodo de prueba? —
inquirió él. Paula vio decepción y
dolor en sus ojos, pero luego brillaron
con determinación y le dijo—: Si es lo
que quieres, esperaremos; lo más
importante es que te sientas bien, que no
te sientas presionada.
Paula le desabrochó el primer botón
y sacudió la cabeza.
—No  es eso; no necesito que
tengamos un periodo de prueba.
Pedro escrutó su rostro en silencio.
—¿Entonces por qué...?
—Porque ahora mismo lo único que
quiero eres tú —murmuró ella antes de
desabrocharle el siguiente botón—.
Después de todo, tenemos por delante de
nosotros el resto de nuestras vidas. Y
ahora, señor Alfonso, estoy lista para que
me des el beso de «te quiero».
Pedro sonrió de oreja a oreja.
—Será un placer, señora Alfonso —
contestó emocionado antes de rodearle
la cintura con los brazos y atraerla hacia
sí.
—Te quiero, Paula.
El beso que le dio pretendía ser el
primero de otros muchos que llegarían
después, pero a ambos les resultó tan
familiar que no habrían podido negar
que el amor había estado allí todo el
tiempo, flotando entre ellos, esperando a
ser reconocido. Con todo, fue un beso
sin reservas, una promesa de «un felices
por siempre jamás»... 






FIN






















CAPITULO 50



Pedro frunció el ceño.
—¿No tenías siquiera puesta la
cadena de seguridad? —le dijo en un
tono airado y posesivo—. Primero una
señora mayor que bajaba me ha abierto
la puerta y me ha dejado entrar sin
preguntarme quién era. Y ahora tú vas y
me abres sin cerciorarte siquiera de que
era yo. Paula, sé que este es un buen
barrio pero... ¡por amor de Dios!
Ella sacudió la cabeza, demasiado
aturdida para pensar en nada que no
fuera el hecho de que Pedro estaba allí.
Había vuelto. Otra vez.
Irritado consigo mismo, Pedro se
pasó una mano por el cabello. Sabía que
se estaba comportando como un imbécil,
pero no podía evitarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —
inquirió ella en un hilo de voz.
Pedro abrió la boca para contestar,
pero de repente no podía articular
palabra, no podía apartar la vista de
Paula, de sus hermosos ojos, de su
dulce boca. Esa boca que hacía tanto
tiempo que no veía sonreír. Demasiado.
Parecía más delgada, y no le gustaban
las ojeras que tenía, pero jamás había
visto nada tan bello como le pareció
Paula en ese momento.
Se aclaró la garganta y bajó la vista a
la mano que ella tenía sobre su
abdomen, como en ademán defensivo.
—¿Por qué he esperado tanto? —se
preguntó en voz alta, consciente de la
futilidad de aquella pregunta.
Paula parpadeó. En sus ojos había
confusión, dolor... y también
determinación.
Pedro, tienes que poner fin a esto.
¿Por qué lo haces, por qué me llamas y
te presentas aquí sin avisar? Me... —
tragó saliva, y pareció que aquello le
costara un esfuerzo monumental—. Me
estás haciendo daño.
Pedro se sintió fatal, sobre todo
porque sabía que era la verdad. Si no
hubiera sido tan estúpido, si se hubiese
dado cuenta antes... No les habría hecho
pasar a ninguno de los dos por todo ese
dolor.
—Lo siento.
—Si lo sientes, márchate —murmuró
ella. Una lágrima rodó por su mejilla, y
el corazón de Pedro se retorció de
dolor—. Por favor, Pedro. No puedo
ser la clase de esposa que quieres que
sea. Nunca podré serlo.Déjame
marchar.
—No —Pedro sacudió la cabeza
con solemnidad—. Lo he intentado, pero
no puedo.
—Pues tienes que hacerlo.
—¡Nunca te dejaré marchar!
Las palabras habían escapado de su
garganta antes de que pudiera pensar
siquiera en refrenarlas.
Paula se quedó mirándolo aturdida, y
cuando la vio parpadear, el primer signo
de que estaba saliendo de ese estado
momentáneo de estupor, a Pedro le
entró pánico.
No había dicho suficiente, no se había
explicado, y no podía arriesgarse a que
ella respondiera antes de que le dijera
todo lo que necesitaba que supiera.
Por eso, recurrió al truco más bajo
que tenía en su arsenal. Aquello era
demasiado importante para él, Paula
era demasiado importante para él como
para arriesgarlo todo solo por seguir las
reglas del juego.
Por primera vez en su vida no maldijo
a su padre por los genes que formaban el
lado oscuro de su carácter. Dio un paso
adelante y le pasó una mano a Paula
por la nuca antes de tomar sus labios
con un beso primero tierno y luego
apasionado, con el que intentó
transmitirle todo lo que sentía: lo mucho
que la había echado de menos, cuánto la
deseaba, el poder que ejercía sobre él...
Cuando despegó sus labios de los de
ella,Paula, cuyas manos se habían
aferrado a su camisa, lo miró aún más
confundida, pero Pedro no le dio
tiempo a reaccionar, sino que prosiguió
con su asalto, esa vez expresándole con
palabras lo que había descubierto.
—Paula, yo no quería enamorarme
—le confesó—. Vi lo que le hizo a mi
madre y yo no quería sufrir de ese modo
ni hacer sufrir a una mujer lo que sufrió
ella. Es una emoción que he evitado
durante toda mi vida adulta,
manteniéndome siempre distante y
poniendo barreras cada vez que iniciaba
una relación. Cuando te conocí, todo
cambió. En el transcurso de unas horas
me había casado contigo y las reglas por
las que se había regido mi vida hasta
entonces se habían convertido en cosa
del pasado. Me juré por activa y por
pasiva que tendríamos un matrimonio
que se basara en la sensatez y no en los
sentimentalismos, en el que nadie
resultara herido, pero ni siquiera podía
mantener el control sobre mí. Contigo no
me conformaba con algo a medias, y me
buscaba todas las excusas posibles, pero
era incapaz de admitir lo que realmente
estaba ocurriendo.
Pedro... —murmuró ella.
—Te dije que no quería que fuéramos
amigos, pero no es verdad. Quiero ser tu
amigo, tu amante, tu esposo, y el padre
de tus hijos —hizo una pausa y tragó
saliva—. Sé que vas a decirme que ya
es tarde, Paula, pero no lo es.
Hincó una rodilla en el suelo y, bajo
la atenta mirada de Paula, que estaba
observándolo con los ojos como platos,
sacó el anillo del bolsillo de la chaqueta
y lo levantó.
—Querré a este bebé como si fuera
mío —dijo poniendo la mano libre en el
vientre de Paula. Y nunca tendré un
solo momento de duda porque prometo
quererlo tanto como te quiero a ti.
Paula aspiró hacia dentro al oír
aquella confesión.
—Sé que no recuerdas la primera vez
que te propuse matrimonio, pero tengo la
esperanza de que esta no la olvidarás.
Paula, te quiero y, si aceptas mi
proposición, me gustaría darte una vida
entera de lo que me has demostrado que
es lo más importante: risas, amor,
charlar hasta bien entrada la noche...
Quiero que seas mi esposa, y que lo seas
de verdad, porque te quiero, durante los
años de vida que Dios quiera darnos.
Con el corazón martilleándole en el
pecho y el aliento contenido, Pedro
aguardó su respuesta.











CAPITULO 49




Seis horas después, Pedro bajaba las
escaleras a toda prisa palpándose los
bolsillos para asegurarse de que no se le
olvidaba nada.
¿Cartera? La llevaba. ¿Llaves?
También. ¿El anillo? Sí, y parecía que le
quemase en el bolsillo de la chaqueta.
Nervioso, miró su reloj de muñeca.
Podía hacerlo. Su vuelo salía dentro de
cuarenta y cinco minutos, y subiría a ese
avión aunque tuviera que comprar la
compañía.
Y cuando llegara a Denver... El
estómago le dio un vuelco al imaginar
los distintos escenarios posibles. Solo
uno de ellos le proporcionaría el final
feliz que únicamente hacía unas horas
había aceptado que quería.
Apartando todos los demás de su
mente asió el pomo de la puerta y... ¡El
billete de avión! ¡Se había olvidado el
billete! De hecho, se había olvidado de
imprimirlo. Corrió al estudio y encendió
el portátil que tenía allí, mirando el
reloj una y otra vez mientras se
encendía. ¡Vamos!, ¡tenía que llegar a
tiempo al aeropuerto!
Necesitaba decirle por qué su
matrimonio podría funcionar. Y no era
por ninguna de las razones que había
estado repitiéndole desde el principio,
sino porque había descubierto que había
una serie de cosas sin las que no podría
soportar seguir viviendo.
El fondo de escritorio del portátil era
una foto de los dos en una cena benéfica
del mes anterior. Salían los dos
riéndose, y sus dedos jugaban con un
mechón de pelo de ella mientras se
miraban a los ojos. Y por el modo en
que él la estaba mirando... ¿cómo podía
no haberse dado cuenta?
Abrió el navegador de Internet y vio
que Paula no había cerrado su sesión
de correo de Gmail. Estaba a punto de
abrir otra pestaña para ir a la página de
la compañía aérea, cuando sus ojos se
detuvieron en un mensaje marcado como
importante. Al leer la vista previa se le
cayó el alma a los pies. Era un mensaje
del banco de esperma, enviado hacía
cinco días.

Asunto: Respuesta a su consulta.
Puede pasar en cualquier momento a
recoger esperma del donante
#43409089RS1, por el que se había
interesado.



Paula llevaba un buen rato sentada
en la mesa de la cocina con el periódico
delante, pero ni siquiera había pasado
de página. Estaba muy baja de moral, y
no podía dejar de darle vueltas a la
cabeza.
Se levantó con un suspiro de la
banqueta, y fue al fregadero a servirse
un vaso de agua. No pudo evitar pensar
en todas las veces que, durante esos dos
meses, cuando Pedro ya estaba en casa,
se había asomado al estudio para
llevarle un refresco o algún aperitivo.
Se había mostrado muy atento y solícito
con ella, sobre todo en los momentos en
que ella, abstraída en el trabajo, se
olvidaba de cuidar de sí misma... pero
no era amor.
Resultaba irónico que, una vez que
había decidido prescindir del amor en
su vida, hubiera conocido a Pedro y el
enamorarse de él hubiese dado al traste
con su matrimonio.
¿Por qué había tenido que
enamorarse, por qué no había podido
conformarse con la relación que habían
acordado?, ¿por qué no había podido ser
la esposa que él necesitaba que fuera?
En ese momento llamaron a la puerta,
y Paula agradeció que aquella
interrupción la sacara de la espiral de
pensamientos autodestructivos en la que
había caído.
El corazón le dio un brinco, pero
entonces se dio cuenta de que no habían
llamado al telefonillo. Seguramente era
otro paquete para la señora Gandle, del
2ºC. Siempre estaba comprando cosas
de la teletienda.
Reprendiéndose a sí misma por haber
sido tan tonta como para haber abrigado
siquiera una tímida esperanza al oír el
timbre, fue hasta la puerta y la abrió.
—¿Pedro? —musitó incrédula al verlo plantado delante ella.

viernes, 7 de febrero de 2014

CAPITULO 48



Una hora después estaba pensando
con una claridad con la que nunca había
pensado. Apartó a un lado la botella
vacía y tomó su móvil.

Cuando Pedro se despertó, no podía
despegar los ojos, y tenía la certeza de
que en algún momento durante la noche
había acabado a bordo de un barco,
porque todo a su alrededor parecía estar
bamboleándose.
Solo que de repente notó que el
colchón se hundía por el movimiento de
alguien que no era él. No estaba solo...
Un sentimiento de júbilo lo inundó, pero
cuando trató de abrir los ojos la luz fue
como una puñalada y volvió a cerrarlos
de nuevo.
Le daba igual. No estaba solo, y de
algún modo había conseguido que
Paula regresara a su cama, pensó
bendiciendo lo que fuera que había
estado bebiendo la noche anterior.
Tanteando a ciegas por las sábanas
cerró la mano sobre la primera cosa
cálida que encontró y tiró de ella. O lo
intentó, porque...
—No sé si lo sabes —dijo una voz
grave que no podía ser la de Paula—,
pero no soy de esa clase de chicas.
¡Hernan! Esa vez Pedro abrió los ojos
de golpe, obligándolos a soportar el
lacerante dolor que les causaba la luz
del día, y vio aturdido que lo que había
agarrado su mano era el muslo de Hernan,
que estaba tumbado a su lado sobre la
colcha.
De pronto le dieron unas arcadas
tremendas. ¡Oh, demonios!
—A tu derecha en el suelo tienes un
cubo, campeón —le dijo Hernan,
empujándolo con el pie en esa dirección
—. Echa todo lo que tengas que echar.
Veinte minutos después, Pedro
estaba duchado y vestido. ¿En qué
diablos había estado pensando para
emborracharse así la noche anterior?
Se arrastró hasta la cocina, se dejó
caer en una silla y le lanzó una mirada a
Hernan, que estaba preparando huevos
revueltos con una sonrisa divertida en
los labios.
—No es que no me alegrara de
encontrarte en mi cama esta mañana —le
dijo—, pero... ¿qué estás haciendo aquí?
Para fastidio de Pedro, Hernan siguió
revolviendo un buen rato los huevos con
esa sonrisilla burlona en los labios.
—Anoche vi que tenía un mensaje
tuyo en mi buzón de voz, pero eso solo
fue el comienzo —le explicó por fin—.
Luego empezaron a llegarme mensajes
de texto en los que me decías que tenía
que ir a Denver contigo. Te contesté
diciendo que estaba ocupado y que me
dieras una hora, pero me contestaste de
inmediato diciendo que tenía que venir
ya, que querías recuperar a tu esposa.
Me escribiste que creías que podrías
convencerla de que volviera contigo
ofreciéndole tu esperma.
Pedro enarcó una ceja.
—Me estás tomando el pelo,
¿verdad?
Hernan se rio.
—Si no me crees, abre mi móvil y
compruébalo; está ahí, a tu lado, encima
de la mesa.
Pedro miró el móvil como si fuese
un bicho y miró de nuevo a Hernan.
—Es en serio, ¿no?
—Me temo que sí —dijo su amigo,
que parecía estar disfrutando de lo lindo
con aquello—. Te pregunté si estabas
bebiendo porque en los mensajes te
habías comido varias letras, pero me
ignoraste por completo y me contestaste
que tenías lo que ella quería, un plan
sólido que era mejor que el suyo, y que
la ibas a llamar.
¡Oh, demonios...!, pensó Pedro
contrayendo el rostro. Por favor que no
la hubiera llamado, que no la hubiera
llamado...
—¿Y qué pasó? —inquirió temiendo
la respuesta.
—Pasó que dejé lo que tenía entre
manos y me vine para acá —dijo Hernan
apagando la vitrocerámica—. Cuando
llegué, estabas borracho como una cuba.
—¿Y te quedaste conmigo, en mi
cama, para asegurarte de que no me
ahogaba en mi propio vómito?
—Por eso, y para evitar que llamaras
a Paula en ese estado —Hernan le plantó
delante un plato con huevos revueltos y
beicon antes de sentarse frente a él con
otro—. Bueno, y ahora cuéntame.
—Está planeando someterse a una
inseminación artificial.
—Aaah... Y tú pensaste que podías
echarle una mano. Ya. Aunque no sé, no
lo veo muy claro, porque si no quiere
nada contigo, ¿por qué creías anoche
que tus espermatozoides iban a llevarte
más lejos?
—Supongo que pensé que podría
convencerla para que lo reconsiderara,
para que viera lo que yo puedo
ofrecerle, lo que estás rechazado.
—Ya. Y eso sería... ¿comodidades?,
¿una seguridad?
—Vaya, alguien que lo ve.
—Bueno, algo veo, pero no estoy
seguro de que sea lo mismo que tú.
Pedro no estaba de humor para
descifrar adivinanzas, ni para sutilezas.
—A ver, ¿qué tienes que decir?
Hernan sacudió la cabeza.
—Pregúntate esto, Pedro: ¿qué es lo
que te tiene tan alterado? Quiero decir
que, en realidad, ¿qué tiene Paula que
no quieres perder?
Pedro abrió la boca para contestar,
dispuesto a explicarle que estaban
hechos el uno para el otro, lo bien que
se compenetraban, pero en ese momento,
cuando se paró a pensarlo, se dio cuenta
de que su matrimonio había sido un
desastre desde el primer momento.
Paula se había despertado a la
mañana siguiente de su boda incapaz de
recordar su nombre, y mucho menos de
por qué había accedido a casarse con él.
Y desde el principio había sido un
fastidio, con todas las dudas que tenía y
poniéndolo a prueba para que saliera
huyendo de ella.
Había tenido que darle tiempo, había
tenido que conquistarla. Lo había tenido
todo el tiempo en jaque, todo el tiempo
preguntándose si estaría agradándola o
no. Muchas veces lo había irritado y lo
había confundido.
Pero a pesar de todo había disfrutado
con cada momento de esos dos meses.
Aquello no tenía sentido.
Echando la vista atrás, Paula había
supuesto todas las complicaciones y
frustraciones que se daban en las
relaciones con amor de por medio que él
había querido evitar a toda costa.
Tenía sobre él un efecto que ninguna
otra mujer había tenido. Y, a pesar del
caos en que había sumido su vida, la
idea de no tenerla estaba matándolo.
Miró a Hernan y asintió.
—Está bien, creo que ya lo sé.

CAPITULO 47




Paula guardó los archivos con los que
estaba trabajando y se quedó mirando la
pantalla del ordenador. Iba a cumplir de
sobra la fecha de finalización del
proyecto. En los últimos días apenas
había podido dormir más de unas horas,
y cada noche se había levantado y se
había puesto a trabajar.
Constantemente la asaltaban los
recuerdos. Pedro dándole los buenos
días, llegando a casa por la tarde y
cobrándose su beso de bienvenida...
Algunos días se dejaba llevar por
esos recuerdos, por el placer agridulce
que le producían. Otros, como ese día,
luchaba contra ellos, para acallar el
dolor por la pérdida de lo que había
perdido.
La pantalla se tornó borrosa. Más
lágrimas. ¿Cuándo dejaría de llorar a la
más mínima? El dolor de su corazón le
decía que tal vez nunca.
El timbre del teléfono la sobresaltó.
Se secó las lágrimas con el dorso de la
mano y lo descolgó.
—Paula Chaves —contestó.
Todavía le costaba no decir su
apellido de casada.
Hubo un silencio al otro lado de la
línea y luego...
—¿Chaves? Ya sé que hace unos días
de la última vez que hablamos, pero
pensaba que mis abogados me lo
notificarían cuando se hubiese aprobado
el divorcio.
Pedro... ¿Cómo podía el corazón de
una persona dar un vuelco y un salto de
alegría al mismo tiempo?
—Puede que aún no sea oficial, pero
lo será.
—Sí, lo sé —Pedro se aclaró la
garganta—. He estado lidiando con el
trabajo, pero quería haberte llamado
antes para saber si todas tus cosas
habían llegado bien. ¿Estaba todo?, ¿no
faltaba nada?
Era un motivo razonable para aquella
llamada. Paula sabía que Pedro se
tomaba sus responsabilidades y
compromisos muy en serio. Eso era
todo; no había más. Inspiró para intentar
calmarse y respondió:
—Sí, todo llegó bien; gracias otra vez
por tu ayuda.
—Me alegra oírlo. Bueno, si ves que
falta algo, házmelo saber.
—Creo que no falta nada.
—Estupendo. Bueno, y ahora que ya
vuelves a estar instalada, ¿cuáles son tus
planes?
Paula se quedó mirando el teléfono
un momento. ¿Cómo podía estar
preguntándole eso?
—Pedro, ya sabes cuáles son mi
planes. A pesar de todo lo que ha
pasado, nada ha cambiado —le dijo.
Nada, excepto que su corazón se había
roto en mil pedazos, y cada vez que oía
la voz de Pedro, tan casual y
despreocupada, volvía a romperse en
otros mil—. Yo... esto tiene que acabar,
Pedro. Creo que será mejor que a
partir de ahora te pongas en contacto con
mi abogado si quieres preguntarme algo.

«Ya sabes cuáles son mi planes»...
Aquellas palabras martilleaban en el
cerebro de Pedro como una
taladradora horas después de que Paula
colgara el teléfono.
Desde el principio había sabido que
Paula tenía planes para su futuro: ser
madre soltera mediante la inseminación
artificial, formar una familia sin las
complicaciones de un matrimonio.
«Nada ha cambiado»... Sí, nada había
cambiado, salvo que a él se le revolvía
el estómago de imaginarse a Paula
embarazada de otro hombre, aunque
fuera  de un donante anónimo de
esperma. La sola idea lo ponía furioso.
¿Y qué pasaría con los nueve meses
que tendría por delante después de eso?
Por lo que le había dicho, la relación
que tenía con su madre no era
especialmente buena. ¿Quién estaría a su
lado para ayudarla en los momentos
difíciles, cuando se encontrase mal, o
estuviese asustada?
Su propia madre nunca le había
hablado demasiado de lo que había sido
para ella criarlo sola. No había querido
que se sintiera como una carga. Sin
embargo, recordaba una noche en que la
había oído llorando mientras discutía
con su padre, preguntándole si tenía idea
de lo que había sido para ella
despertarse una noche y encontrarse con
que se había puesto de parto y estaba
completamente sola.
Había tenido que tomar un taxi para ir
al hospital, y había pasado horas
esperando al hombre que tantas veces se
había deshecho en promesas. Al final,
no había ido; había dejado que diese a
luz a su hijo sola y asustada, mientras él
celebraba una fiesta de Navidad con su
esposa.
Paula ni siquiera tendría la
esperanza de que alguien fuera al
hospital cuando se pusiera de parto.
¿Por qué demonios no podía entrar en
razón y dejar que estuviese a su lado?
Se levantó del sofá, fue hasta el
mueble bar y se sirvió un vaso de
whisky. Se lo bebió de un trago con la
esperanza de que el fuego del alcohol
acallara el dolor en su pecho, pero no le
sirvió de nada, así que se sirvió otro,
diciéndose que, si no mataba el dolor, al
menos tal vez haría callar ese martilleo
constante en su cabeza.