martes, 28 de enero de 2014
CAPITULO 17
Josefina asintió y sofia, que alzó la
mirada en ese momento, la vio y se rio
por la nariz. Paula cerró los ojos e
inspiró profundamente, intentando
calmarse.
Pedro y ella ya llevaban allí más
tiempo del necesario, se dijo; podían
marcharse. O quizá él no dijera nada y
pudieran dejarlo correr.
Cuando abrió los ojos Pedro estaba
a su lado. Le rodeó la cintura con el
brazo y la miró fijamente antes de
inclinar la cabeza y decirle al oído:
—Deja que me ocupe yo.
Cuando Pedro bajó la mano a su
trasero y la besó en el cuello, Paula dio
un ligero respingo y puso los ojos como
platos, pero luego comprendió qué
estaba haciendo. Quería que su prima y
sus amigas lo vieran. Y su ardid tuvo el
efecto deseado, porque las tres se
miraron como sorprendidas.
Pedro se irguió, le dirigió una
sonrisa y la tomó de la mano para
llevarla hasta la mesa.
—Bueno, Paula y yo nos vamos a ir
yendo ya —anunció.
Gabriela, Sofia y Josefina lanzaron gemidos
de indignación.
—Ni hablar, tienen que quedarse un
poco más —protestó Gabriela—. No me
pueden negar ese capricho; es mi día. Es
prerrogativa de la novia.
Pedro, con una mano en la cintura de
Paula, y la otra en el bolsillo del
pantalón, esbozó una media sonrisa que
era más bien una advertencia de que no
le tocara las narices.
—Prerrogativa de la novia... —
murmuró—. Claro, ¿cómo no?
Paula debería haberse dado cuenta
de lo que pretendía, pero no cayó en la
cuenta hasta que Pedro sacó la mano
del bolsillo y vio lo que tenía en ella y
sintió que el alma se le caía a los pies.
—Paula —le dijo con una sonrisa de
adoración y un brillo obstinado en los
ojos—. Sé que querías que esperemos
para darles la noticia, pero yo ya no
puedo esperar más, ni un solo segundo.
Paula estaba demasiado aturdida
para reaccionar cuando Pedro deslizó
el anillo en su dedo y alzó su mano para
que todos la vieran.
—Sé que les parecerá algo repentino,
pero no podía dejar escapar a esta mujer
—les dijo.
Los ojos llorosos de Gabriela pasaron de
su anillo al de Paula.
—¿Te has casado? —le dijo con una
mezcla de incredulidad e indignación—.
¿En el día de mi boda?
Paula intentó pensar qué decir, o qué
disculpa podía darle, pero no se le
ocurría nada, y cuando abrió la boca de
repente los brazos de Pedro la
rodearon desde atrás, dejándola sin
aliento.
—Por supuesto que no —respondió él
—, nos casamos anoche, de madrugada.
Sofia y Josefina se miraron una a otra y
sacudieron la cabeza, como si no
pudieran creer que aquello estuviera
ocurriendo.
—Y sé que es temprano —continuó
Pedro—, pero los dos estamos
deseando marcharnos para seguir con
nuestra luna de miel, así que si nos
disculpan... —y con todos mirando alzó
a Paula en volandas—. Ah, le he dicho
al camarero que las copas corren de mi
cuenta. Gabriela, Roberto: enhorabuena de
nuevo; que sean muy felices.
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