jueves, 30 de enero de 2014
CAPITULO 23
Paula se despertó con los rítmicos
latidos del corazón de Pedro bajó su
oído, con el peso de su brazo en torno a
su cintura, y un torbellino de
pensamientos.
Después de dos días en Denver
durante los que no habían parado un
momento, por fin habían acabado de
empaquetar todo lo necesario en su
apartamento.
Se habían reído muchísimo mientras
negociaban las condiciones de esos tres
meses: si dormirían juntos o no, los
viajes y obligaciones sociales, los
compromisos profesionales de cada
uno...
Con tanto que planear, hasta
medianoche no habían llegado a la casa
de Pedro en San Diego, y unos cinco
minutos después habían caído rendidos
en la cama.
Soñolienta, parpadeó para acabar de
despertarse, y una sonrisa tonta se
dibujó en sus labios cuando de
improviso acudió a su mente la frase
«hoy es el primer día del resto de tu
vida».
Se bajó de la cama con cuidado de no
despertar a Pedro, bajó las escaleras, y
fue encendiendo las luces por donde
pasaba para familiarizarse con la casa y
tomando nota de los detalles que
pudiesen darle pistas sobre el hombre
con el que se había casado.
Entonces, sin saber por qué, recordó
lo que le había dicho su madre al
despedirse de ella cuando la había
llamado por teléfono el día anterior:
«Pues vas a tener que espabilarte y
esforzarte más si no quieres perder a
este...».
Paula sacudió la cabeza. Su madre...
¡siempre igual!, pensó con un suspiro. A
través de las puertas acristaladas del
salón se veía que la oscuridad de la
noche se estaba diluyendo en la claridad
del amanecer. Las palmeras se
recortaban en la distancia y las olas
acariciaban la tranquila playa.
Dio un paso hacia allí, queriendo
apartar de su mente las palabras de su
madre y los recuerdos que habían
arrastrado consigo, perderse en aquella
belleza que estaba destapando la salida
del sol, pero los fantasmas del pasado
ya se habían apoderado de ella.
Recordó a todos los «papás» que
habían pasado por su vida, aquellos
hombres por los que su madre, Alejandra
había estado dispuesta a hacer lo
que fuera y a ser lo que creía que ellos
esperaban que fuera con tal de
mantenerlos a su lado.
Recordó los cambios en la
personalidad de su madre y en sus metas
habían anunciado cada vez la llegada de
un hombre nuevo a su vida.
Recordó su determinación de no
encariñarse demasiado con ninguno, por
muy simpático o divertido que fuera,
porque aquellas relaciones de su madre
nunca duraban demasiado.
Su madre creía que si se esforzaba lo
suficiente, si hacía lo indecible, no la
dejarían, pero todos habían acabado
dejándola. Eugenio, Carlos, Pablo, Ruben,
Sergio, José y Dario. Siete maridos que
habían entrado y salido de su vida, y su
madre todavía no había comprendido
que una relación dependía de dos
personas y no solo de una, y que intentar
aferrarse a un barco que se hundía era
prolongar lo inevitable.
¿Estaría repitiendo los errores de su
madre aunque se había prometido cien
veces que a ella no le pasaría? Se había
casado con un hombre al que acababa de
conocer, un hombre que estaba decidido
a no dejarla escapar.
Pedro decía que le gustaba todo de
ella, pero... ¿y si estaba equivocado? ¿Y
si esa noche por el efecto del alcohol no
había sido ella misma? ¿Y si estaba tan
entusiasmado por que había accedido a
casarse con él que todavía no se hubiese
dado cuenta?
¿Cuánto tardaría en romperse la
burbuja y la viese tal y como era y no
como creía que era? ¿Sería durante esos
tres meses de prueba... o cuando ella
hubiese empezado a hacerse ilusiones?
—Te has levantado temprano.
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