domingo, 2 de febrero de 2014

CAPITULO 30





Paula se despertó sobresaltada y se
incorporó como un resorte. Sus ojos
recorrieron el hueco vacío a su lado en
la cama y el resto de la habitación,
intentando centrarse en la realidad del
presente, intentando apartar la pesadilla
que aún flotaba en su mente.
En ella se había visto corriendo,
perdida en una densa niebla. Iba
buscando a Pedro, y aunque en la
pesadilla se había dicho que aquel
matrimonio era un error, había sido
incapaz de detenerse y había seguido
buscándolo.
De pronto Pedro había aparecido a
su lado, sus cálidos brazos la habían
rodeado, y la había calmado
susurrándole al oído cosas que no
comprendía.
Y entonces, al alzar la vista para
preguntarle qué estaba diciendo, se
había encontrado con que era la cara de
Pablo, aunque hablaba con la voz de
Pedro.
«No te preocupes», le había
susurrado. «Vamos a ser buenos amigos
tú y yo».
Desesperada, había mirado a su
alrededor, y había visto a Pedro a lo
lejos y le había llamado. Él le había
sonreído, y había dicho: «Lo siento, no
te recuerdo».
Apartó a un lado las sábanas y se dijo
que aquella pesadilla no era más que su
mente intentando procesar el mal trago
por el que había pasado el día anterior,
pero el pánico que la había invadido no
parecía pasar. Tenía que ver a Pedro;
necesitaba...
—Eh, te has despertado.
Paula se giró hacia la puerta, en cuyo
umbral estaba Pedro con una camiseta
y unos vaqueros que insinuaban el
musculoso cuerpo que se ocultaba
debajo de ellos. La sonrisa en sus
labios, Paula sintió una punzada en el
pecho por lo que estaba a punto de
hacer.
Tragó saliva al ver que la sonrisa
desaparecía, llevándose consigo la
calidez de su mirada, como si hubiese
adivinado lo que estaba pasando por su
mente.
—No... —murmuró Pedro con
aspereza.
—Lo siento —murmuró ella
poniéndose de pie y dando un paso
vacilante hacia él—. No puedo hacer
esto.
—Mentira —le espetó él. La chispa
de la ira había saltado como si hubiese
estado esperando a hacerlo—. ¡Ni
siquiera lo has intentado!
—Eso no es verdad —replicó Paula
—. Sí que lo he intentado, llevo un mes
intentándolo, pero es inútil. No quiero
acomodarme en una vida que antes o
después acabará desmoronándose. Yo
no... —se quedó callada y rehuyó la
mirada acusadora de Pedro.
—¿Tú no qué, Paula? Si esto va a
acabar aquí, di lo que tengas que decir.
Paula apretó los puños y trató de
ignorar el dolor que sentía en el pecho.
—No confío en ti.
—No, claro, ¿por qué ibas a confiar
en mí? —le espetó él con sarcasmo—.
Al fin y al cabo solo he sido
completamente sincero contigo desde el
principio —dijo apartándose de la
puerta y pasándose irritado una mano
por el cabello.
Paula lo observó angustiada mientras
iba de un lado a otro de la habitación,
como un león enjaulado.
—No es por ti —le juró—; es por mí.
Él le lanzó una mirada fulminante y
soltó una risa áspera.
—¿Eso crees? Y supongo que no hay
nada que yo pueda hacer, ¿no?
—No —musitó ella.
Ya había hecho demasiado. Había
sido demasiado perfecto. Demasiado
perfecto como para que pudiera creer
que era real.
Pedro se cruzó de brazos y se quedó
mirándola fijamente.
—Nunca quisiste convencerte de que
este matrimonio podría funcionar. Desde
el principio has estado buscando
excusas para poder justificar tu marcha
sin haber arriesgado... nada.
Ella lo miró boquiabierta. Eso no era
cierto. Ella... ella... De repente estaba
enfadada, muy enfadada. Consigo
misma, con Pedro, con Pablo y con su
madre.
—¿Cómo esperas que lo arriesgue
todo con alguien que no es real?
—¿De qué diablos estás hablando?
—¡Nada te hace reaccionar, Pedro!,
nada te molesta, nada te frustra. Da igual
lo que te haga, lo que diga, es como si lo
único que te importara fuera llegar a la
línea de meta: asegurarte de que voy a
seguir siendo tu esposa. Todo lo demás
te da igual. Siempre te muestras tan
calmado, tan encantador, tan razonable,
tan racional... Siempre encuentras la
solución perfecta a cualquier problema,
y me es imposible creer que seas así de
verdad porque nadie es tan perfecto,
Pedro. Por eso no puedo confiar en ti.
¡Por eso tengo que irme!

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