Alargó el brazo y puso una mano en la
mejilla de Pedro que, después de
quitarse los boxers y ponerse un
preservativo, se estaba volviendo a
colocar sobre ella.
La miró a los ojos y movió hacia
delante las caderas, penetrándola con la
gruesa punta de su miembro erecto.
Paula aspiró por la boca y se asió a sus
hombros, deleitándose en la sensación
de tenerlo dentro de sí.
Pedro se movió hacia atrás y luego
otra vez hacia delante, estableciendo un
ritmo que lo llevó poco a poco más
adentro hasta que finalmente su miembro
quedó hundido por completo en ella.
—No te contengas, Paula —le dijo
en un susurro mientras seguía
sacudiendo las caderas—. Yo tampoco
voy a hacerlo.
Las caderas de ambos se movían cada
vez más deprisa, y los gemidos y los
jadeos de ambos se entremezclaron,
culminando en un grito al unísono
cuando alcanzaron el orgasmo juntos.
Cuando Paula abrió los ojos se
encontró con que al lado de su mejilla,
sobre la almohada, descansaban las
manos de los dos, unidas. Las piernas de
ambos también estaban entrelazadas, el
musculoso pecho de Pedro le calentaba
la espalda, y notaba su respiración
acompasada en el hombro. Era como
estar en el cielo. ¡Y pensar que había
estado a punto de echarlo todo por la
borda!
Al sentir moverse ligeramente el
brazo de Pedro, que descansaba sobre
su costado, supo que se había
despertado, y cuando se volvió le chocó
lo íntimo que era que los rostros de
ambos estuvieran tan cerca el uno del
otro sobre la misma almohada, con el
sol de mediodía desparramándose por la
cama.
—¿Sigues enfadado conmigo? —
inquirió, escrutando las simétricas
facciones de su marido.
Pedro esbozó una sonrisa.
—No, no soy rencoroso, ni soy de los
que discuten por cualquier cosa. De
hecho, hasta ayer nunca había discutido
con una mujer.
—¿Nunca? —repitió ella, sin saber
muy bien qué deducir de aquello—.
¿Tan bonachón eres?
Pedro rodó sobre la espalda, tragó
saliva y alzó la vista hacia el techo.
—Sí y no —respondió, girando la
cabeza para mirarla—. Es verdad que
no me molestan las pequeñeces, las
cosas que no tienen importancia, pero
antes de casarme contigo... bueno, nunca
me había volcado tanto en una relación.
—¿En serio?
—Sí. ¿Y tú?, ¿sigues teniendo dudas?
Paula se quedó callada un instante.
—Sí, pero por ti me merece la pena
arriesgarme.
Pedro le tomó la mano para ponerla
en su pecho, y jugueteó con el anillo en
su dedo con una expresión pensativa y el
ceño fruncido, como si quisiera decir
algo que no supiera muy bien cómo
decirlo. Luego carraspeó para aclararse
la garganta y le dijo:
—Quiero que sepas que lo entiendo,
entiendo por qué esto te asusta. No
quieres depositar tu fe en un tipo como
ese Pablo con el que se casó tu madre, un
tipo que te haga promesas y luego se
largue. No quieres que vuelvan a hacerte
daño. Significa mucho para mí que me
estés dando un voto de confianza,
Paula, y te juro que no te voy a
defraudar.
—Lo sé —respondió ella en un
susurro. Tenía la sensación de que había
algo más que no le estaba diciendo—.
¿Qué ocurre, Pedro?
Él volvió a aclararse la garganta y,
cuando se giró hacia ella, Paula vio
dolor en sus ojos.
—También quiero que sepas que
comprendo por qué te cuesta confiar; yo
también sé lo que es que te abandonen.
Hubo una larga pausa, y al final
Paula no pudo seguir esperando.
—¿Qué quieres decir?
—Creo... creo que te he hablado de
mi madre, ¿no? —comenzó él vacilante.
Paula parpadeó.
—Me contaste que murió cuando eras
un chiquillo.
Pedro asintió con la cabeza.
—Lo que no te dije... lo que no le
cuento a nadie... es que fue ella quien se
quitó la vida.
Paula se incorporó y puso su mano
sobre el corazón de él.
—¡Oh, Pedro, cuánto lo siento!
Él le dio un par de palmadas en la
mano y asintió antes de estrecharla
contra su pecho.
—Gracias. Llevaba mucho tiempo
sintiéndose infeliz, y al final no pudo
soportar tanto dolor.
—Y te dejó atrás aunque solo tenías
trece años... —murmuró ella con el
corazón en un puño.
De pronto las piezas comenzaron a
encajar: la estrecha amistad entre
Pedro y Hernan, el resentimiento que
sentía hacia su padre...
—Han pasado muchos años y no
suelo hablar de ello —añadió Pedro
—, pero estás depositando tu fe en mí,
estás dispuesta a confiar en mí, y quería
que supieras que sé lo difícil que es y lo
mucho que significa para mí.
Con un nudo en la garganta, Paula
asintió contra su pecho. Estaba hablando
de ella, pero en ese momento en lo único
en lo que ella podía pensar era en la
confianza que Pedro había puesto en
ella. Iba a hacerse digna de esa confianza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario