martes, 4 de febrero de 2014

CAPITULO 35





Con los ojos pegados a la pantalla del
ordenador, Paula intentó concentrarse
en la última línea de código que estaba
repasando. Sin embargo, algo se lo
impedía. Necesitaba un descanso; y
quizá algo de comida.
El ruido de monedas cayendo de una
máquina tragaperras, su nuevo tono de
móvil para los mensajes de Pedro la
hizo sonreír, y su cansancio se evaporó
como por arte de magia. Tomó el móvil
para leer el mensaje, recibido a las
23:37 según indicaba la pantalla: ¿Estás
levantada?
Excitada, contestó al momento,
preguntándole cómo habían ido las
reuniones que había tenido ese día. Lo
había echado muchísimo de menos, y
aunque se había dicho que debería
refrenar ese sentimiento, no había
podido evitarlo.
De pronto sonó el timbre de la puerta.
¿Habría vuelto antes de Ontario para
darle una sorpresa?
Corrió escaleras abajo con la
esperanza de encontrarlo esperando en
el porche, pero cuando llegó al piso de
abajo volvió a sonarle el teléfono, y
apretó el botón para contestar la llamada
al tiempo que abría la puerta.
—¡Oh, Dios mío! Eres genial, te
adoro —murmuró dejando escapar una
risa y conteniendo las lágrimas de la
emoción.
El repartidor que estaba de pie en el
porche asintió.
—Me lo dicen mucho a lo largo del
día —respondió socarrón, tendiéndole
una caja de pizza.
Divertido, Pedro le preguntó a
Paula  al otro lado de la línea:
—¿Necesitáis un momento a solas o
estás lista para disfrutar de la pizza que
te he pedido? Dejándote sola estaba
seguro de que no te prepararías nada
para cenar.
Paula  se rio.
—No te equivocabas.
Veinte minutos después, Paula  se
había terminado la pizza y estaba
acurrucada en el sofá del salón hablando
aún por el móvil con Pedro mientras
observaba las llamas de la chimenea.
¡Le gustaría tanto que estuviera allí con
ella...!
—Me alegra que hayas llamado —le
dijo.
—Me he acostumbrado a charlar
contigo al final del día para contarnos
cómo nos ha ido. Me gusta.
Paula  cerró los ojos, concentrándose
solo en la aterciopelada voz de Pedro.
—Sí, a mí también.
Pedro se quedó callado un momento.
—Bueno, y entonces... ¿cómo ves esto
de estar casada conmigo? ¿Te estoy
convenciendo?
Una sonrisa traviesa se dibujó en los
labios de ella.
—Sí, Pedro; estás demostrando ser
un buen marido, procurándome comida
aunque estés a kilómetros de distancia.
Pedro se rio suavemente.
—No me refería a eso —le dijo
fingiéndose molesto.
Paula  se puso seria.
—Sí, Pedro, creo que esto funciona,
como dijiste que ocurriría —respondió
—. De hecho, me parece que está siendo
aún mejor de lo que habría podido
imaginar.
Esperaba que él la picara, como había
hecho ella con él hacía un instante, pero
en vez de eso Pedro inspiró
profundamente y murmuró:
—A mí me pasa lo mismo.

Te lo digo yo, está hecho —Pedro hizo
girar su sillón hacia el ventanal de su
despacho, que se asomaba al centro de
la ciudad de San Diego.
—¿O sea que se ha acabado el
periodo de prueba? —preguntó Hernan al
otro lado de la línea—. ¿Vais a empezar
con la producción de un Pedro 2.0?
Pedro asintió.
—Yo diría que un día de estos nos
pondremos a ello.
¡Qué diablos!, probablemente esa
misma noche a juzgar por el modo en
que Paula  lo había hecho volver a la
cama esa mañana para hacerlo una vez
más. Bueno, dos veces.
Suerte que ese día su primera reunión
no había sido hasta las diez. Por nada
del mundo habría rechazado las
promesas de placer que había visto en
los ojos traviesos de su esposa cuando,
al ir hasta la cama para despedirse de
ella con un beso, Paula  lo había
agarrado de la corbata y lo había hecho
caer sobre ella.
O cuando, después de ducharse, al
salir del baño se encontró a Paula 
sentada en la cama; se había puesto la
camisa de su traje, pero había
abrochado solo dos botones, y su
corbata colgaba con un nudo suelto entre
el valle de sus senos.
Aquellos juegos suyos habían hecho
que llegara una hora tarde al trabajo,
pero no podía importarle menos, pensó
con una sonrisa de satisfacción.
—¿Sabes?, desde hace un par de
semanas, vaya donde vaya la esposa de
alguien, siempre acaba mencionando que
te has casado.
Pedro entornó los ojos.
—¿Y qué tienen que decir?
—Bueno, salen las especulaciones
que cabría esperar dadas las
circunstancias: lo repentino que ha sido
tu matrimonio con Paula  cuando no
hacía mucho que habías roto tu
compromiso con Carla y esa clase de
cosas. Pero la gente a la que le has
presentado a Paula , como los Clausen,
los Stalick, los Houston... van por ahí
diciéndole a todo el mundo que están
seguros de que para ti esta es la
definitiva, que nunca te habían visto así.
—¿Así cómo?
—Por si no lo sabías, parece ser que
estás enamorado. Dicen que salta a la
vista; cada vez que alguien empieza a
hablar de ello se me saltan las lágrimas
—dijo Hernan con sorna.
Pedro soltó una risa a pesar de que
de repente se notaba la garganta seca.
—Has estado viendo Armas de mujer
otra vez, ¿eh? —contestó siguiéndole la
broma—. Mira, Hernan, no voy a negar que
entre Paula  y yo hay algo increíble,
pero ninguno de los dos nos engañamos
creyendo que es amor. Los demás que
piensen lo que quieran.
—Lo entiendo. Solo sentía curiosidad
por saber si había cambiado algo.
Paula ...
—Por supuesto que no ha cambiado
nada —respondió Pedro con firmeza
—. Paula y yo tenemos un trato y el
amor no es parte de él. Además, me
aseguré de antemano de que Paula 
estaba de acuerdo. Lo último que
querría es que ella sufriera —dijo. Y
luego, para quitar un poco de tensión,
añadió en un tono jocoso—: Así que ya
sabes, búscate una esposa y deja de
preocuparte con la mía.
Hernan se quedó callado un momento y
respondió con seriedad:
—De acuerdo, capto la indirecta,
pero ¿quién dice que es tu esposa quien
me preocupa?

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