martes, 4 de febrero de 2014

CAPITULO 36





Después de otra noche en una más de
las fiestas benéficas a los que
acompañaba a Pedro, ya de vuelta en
casa, Paula estaba frente al espejo de
su vestidor, intentando desabrochar el
enganche del collar de zafiros que
Pedro le había regalado para la
ocasión.
Cuando este apareció detrás de ella y
le dijo que permitiese que la ayudara,
dejó caer las manos. Sin embargo, en
vez de desabrocharle el collar, Pedro
le bajó lentamente la cremallera que
tenía el vestido en la espalda.
—He estado pensando... en nuestra
luna de miel —murmuró, besándole un
hombro desnudo y luego el otro.
—¿Nuestra luna de miel? —repitió
ella.
Trató de centrarse en la conversación,
pero le resultaba difícil con lo que
estaba haciendo Pedro, cuyas manos se
habían colado en el vestido por la
abertura de la espalda, y estaban
deslizándose por su cintura hacia sus
caderas. No permanecieron allí mucho
tiempo antes de dirigirse al estómago, y
después subieron para cerrarse sobre
sus pechos.
—Estaba pensando que deberíamos
hacer un viaje, tener una luna de miel de
verdad —Pedro la besó detrás de la
oreja—. No recuerdas nuestra boda, así
que al menos me gustaría darte una luna
de miel que puedas recordar.
Un recuerdo que atesorar, pensó
Paula, y sintió una punzada de emoción
en el pecho, la clase de emoción que
había creído que nunca volvería a
experimentar. Notó que se le
humedecían los ojos, pero se apresuró a
parpadear para contenerlas. Se giró
hacia Pedro, tomó su rostro entre
ambas manos, y mientras lo besaba
sintió cómo su vestido caía al suelo.
Las manos de él descendieron a sus
nalgas, y la levantó del suelo,
atrayéndola hacia sí. Paula le rodeó la
cintura con las piernas y Pedro la llevó
al dormitorio, atormentándola con besos
en el pecho y en el cuello, y haciéndole
promesas con la lengua que pronto
cumpliría con su cuerpo.
¿Cómo podía haber vivido sin él todo
ese tiempo? Paula se sintió muy
afortunada al pensar que iba a pasar el
resto de su vida a su lado. Porque
Pedro no iba a dejarla como habían
hecho Facundo o Pablo, no iba a cambiar de
opinión. Le había demostrado que era un
hombre en cuya palabra se podía
confiar.
—No necesito una luna de miel —le
dijo en un susurro, peinándole el cabello
con los dedos.
—Pues claro que sí —replicó él antes
de dejarla en el suelo, junto a la cama
—. Tahití..., Venecia..., las Cataratas del
Niágara... —murmuró mientras se
agachaba, imprimiendo besos en el
cuerpo de Paula. Al llegar al ombligo
lo acarició con la lengua—. ¿Dónde te
gustaría ir? —le bajó las braguitas y se
las sacó por los pies.
Cuando Paula se tumbó en la cama,
esperando que se uniese a ella, el brillo
juguetón en los ojos de Pedro fue
reemplazado por una mirada hambrienta.
Paula estaba desnuda por completo,
salvo por el exquisito collar de zafiros y
los zapatos de tacón. Dejándose llevar
por un impulso perverso se incorporó
apoyándose en los codos y frotó una
rodilla contra la otra, observándolo
mientras se desabrochaba la camisa.
Iba por el cuarto botón cuando Paula
alargó la pierna y metió la puntera del
zapato por debajo del cinturón de
Pedro para tirar de él.
Los ojos de Pedro se oscurecieron
de deseo y descendieron a su boca
cuando Paula se mordió el labio
inferior.
—Eres la fantasía de cualquier
hombre —murmuró él.
Y se desabrochó el resto de los
botones a una velocidad de vértigo antes
de arrancarse la camisa y el cinturón y
subirse a la cama con ella.
Si hubiera sido capaz de tener un
poco más de paciencia, se habría
quitado los condenados pantalones antes
de subirse encima de Paula. Y lo
habría hecho si no hubiera sido por ese
numerito suyo del cinturón y el zapato y
lo de morderse el labio. Lo había puesto
a cien y necesitaba hacerla suya. Ya.
Necesitaba sentir esos increíbles
tacones en la espalda y sus suaves
piernas rodeándole las caderas.
Necesitaba el húmedo santuario de su
boca y sentir los dedos de Paula
enredados en su cabello.
La asió por las nalgas y la atrajo
hacia sí, al tiempo que empujaba las
caderas, torturándose con la barrera de
las dos capas de ropa que aún quedaban
entre ellos porque era incapaz de
apartarse de ella.
Las manos de Paula se abrieron paso
entre ambos para bajarle la cremallera,
y con una expresión de concentración
absoluta, enganchó los tacones en la
cinturilla de los pantalones y los boxers
y los empujó hacia abajo.
Cuando se los hubo bajado todo lo
que podía, Pedro se liberó de ellos y le
dijo:
—Eso ha sido impresionante.
La sonrisa de Paula no tenía precio;
parecía que hubiese hecho una proeza.
—Es que tengo habilidades ninja —
contestó ella con una mirada sugerente.
Pedro se rio.
—Ya lo veo, ya.
Se puso de rodillas y se inclinó hacia
la mesita de noche para abrir el cajón,
pero la mano de Paula lo detuvo.
—Necesitamos un preservativo,
cariño —dijo él bajando la vista hacia
ella.
—No, espera, Pedro —le pidió ella
poniéndole la mano en el pecho—. No
quiero que uses preservativo, no quiero
que haya nada entre nosotros —tragó
saliva e inspiró lentamente—.
No necesito más tiempo para decidir. Sé
que esto es lo que quiero.
Pedro parpadeó. No podía creerse
que hubiera llegado el momento que
tanto había estado esperando. Paula era
suya... Al fin. ¿Pero estaba... estaba
llorando?
La satisfacción que lo había inundado
se desvaneció al ver las lágrimas en sus
ojos, en esos preciosos ojos que estaban
mirándolo con...
Paula... —murmuró aturdido, y
maldijo entre dientes y cerró los ojos
cuando sintió a Paula tensarse debajo
de él.
No... No, aquello no era amor. Ella
misma le había dicho que no quería una
relación con amor de por medio.
Ninguno de los dos quería eso.
No, lo que estaba viendo en sus ojos
era afecto, el afecto que había estado
esforzándose por conseguir. Lo que
ocurría era que, verlo así, de repente,
con Paula ofreciéndole justo lo que
había estado esperando, dándole acceso
a su cuerpo sin ningún tipo de
protección... Era demasiado.
Se suponía que no debía mirarlo de
ese modo, como si le estuviese
confiando un pedazo de su alma. No
podía permitir que se expusiera de esa
manera, volviéndose vulnerable.
—Creía que querías esto —murmuró
Paula.
La duda, el dolor y la confusión
habían reemplazado la inmensa dicha
que había reflejado su rostro hacía un
momento.
—Y lo quiero. Sabes que sí. Es solo
que... —Pedro no podía creer que
fuera a decirle lo que iba a decirle, pero
no le quedaba otra salida. Se rio aunque
no tenía el menor deseo de reír, y le dio
un beso en la mejilla—. Has estado
bebiendo champán esta noche, y después
de lo que ocurrió en nuestra noche de
bodas... bueno, creo que las decisiones
importantes deberíamos tomarlas a la
hora del desayuno, con un café y unas
tostadas.
—Pero...
—Shh... —Pedro le impuso silencio
colocando un dedo sobre sus labios, y
abrió el cajón para sacar un
preservativo.
Momentos después estaba dentro del
cuerpo de Paula, haciéndole el amor
con pasión para intentar hacerles olvidar
a ambos las barreras físicas y emocionales 
que acababa de poner entre ellos.

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