viernes, 24 de enero de 2014
CAPITULO 10
Paula se sonrojó.
—Debería intentar encontrar mi
vestido —balbució.
Diablos... Pedro se metió las manos
en los bolsillos del pantalón. Los ojos
azules de Paula recorrían nerviosos el
dormitorio, como si en algún oscuro
rincón fuera a encontrar algo que la
salvara de aquella situación. Se
iluminaron acompañados de un gritito de
alivio, y Pedro vio que había
encontrado el vestido.
—Gracias a Dios; supongo que me lo
he ganado a pulso, pero no quería tener
que salir de aquí en albornoz —dijo
Paula, pero luego bajó la vista al
vestido y se mordió el labio al ver lo
arrugado que estaba.
—Puedo llamar a recepción para que
te consigan algo de ropa si quie...
Paula lo interrumpió antes de que
pudiera acabar.
—¿Qué? No, ni hablar... Me pondré
una camisa y un pantalón tuyos, o lo que
sea.
Pedro esbozó una sonrisa traviesa.
—Me atrae la idea de verte con mi
ropa, pero... ¿qué tal si desayunamos
antes?
Paula parpadeó.
—No puedo quedarme a desayunar.
Tengo una boda hoy, ¿recuerdas? Una
boda de verdad.
Pedro se puso tenso.
—No como la boda de anoche,
quieres decir, que no fue una boda de
verdad, pero que sin embargo tiene
validez legal.
Ella lo miró azorada.
—Solo quería decir que...
Pedro levantó una mano para
interrumpirla.
—No hace falta que te disculpes; sé
lo que querías decir. Una boda que los
novios tienen planeada desde hace
meses. Sé que esto te parece una locura,
y que estás desesperada por salir de
aquí, pero estamos casados, Paula.
Tenemos que hablar de esto y aún faltan
horas para la boda de tu prima.
Comeremos algo para que se te asiente
el estómago y charlaremos y nos
conoceremos un poco mejor —al verla
vacilar, añadió—. Venga, salta a la vista
que eres de esas personas que necesitan
tenerlo todo bajo control; seguro que hay
un montón de cosas que quieres
preguntarme.
La mirada de Paula lo decía todo:
tenía un millón de preguntas que hacerle.
Pero había más que curiosidad en sus
ojos azules; también había miedo. Era
como si le preocupara lo que pudiera
descubrir con sus respuestas.
—Vamos, Paula, soy un buen tipo.
—Lo sé; es solo que estoy
confundida, y me siento abrumada y... —
Paula irguió los hombros—. Bueno, si
nos vamos a divorciar, no creo que
tenga mucho sentido que nos
conozcamos mejor.
Pedro frunció los labios y se cruzó
de brazos. Sin duda, un divorcio sería la
solución más simple. Podría dejarla
marchar, podría encargarle el asunto a
un par de sus abogados y que lo
resolvieran de un modo rápido y
discreto.
Paula no recordaba nada de la noche
anterior, así que sería casi como si nada
de aquello hubiese pasado. Pero él sí
recordaba.
Se encogió de hombros y con fingida
indiferencia se sacó el as que tenía
guardado en la manga.
—Ya, supongo que tienes razón.
Además, si necesitas hablar, estoy
seguro de que Josefina y Sofia estarán
encantadas de escucharte. Al fin y al
cabo todavía tienes... ¿qué, cuatro horas
antes de que empiece la ceremonia?
Paula dio un respingo y lo miró
preocupada.
—¿Sofia y Josefina lo saben?
¡Bingo! Oh, sí, su mujercita no iba a
irse a ninguna parte; o al menos no
durante unas horas.
—Saben que nos marchamos juntos
del casino... y que no volviste anoche al
hotel donde compartes habitación con
ellas.
—Está bien, tú ganas. Juguemos a
«vamos a conocernos mejor».
Pedro reprimió lo mejor que pudo la
sonrisilla victoriosa que luchaba por
asomar a sus labios, y fue a abrir la
puerta del dormitorio, que conectaba
con la sala de estar de la suite. Era muy
espaciosa y tenía grandes ventanales,
elegantes muebles, y una exquisita
decoración.
Paula vaciló antes de cruzar la
puerta, y vio que en la mesa de la zona
del comedor ya les estaba esperando un
generoso desayuno.
—Bueno, Paula —comenzó a decir
Pedro cuando se hubieron sentado—,
lo primero que deberías saber de mí es
que...
—¿Sí?
—Pues que no quiero divorciarme de
ti.
Paula puso los ojos como platos y se
movió inquieta en su asiento.
—¿Qué? ¿Cómo que...? —balbució
—. ¡Estás loco!
Levantando la vista de su taza de café,
en la que se había servido una generosa
cantidad de nata, Pedro sonrió.
—Eso es exactamente lo que dijiste
anoche. Claro que cuando me lo dijiste
te reías, y también dijiste otras muchas
cosas, como «oh, sí, no pares», casi sin
aliento.
Paula se sonrojó. No era difícil
imaginar en qué circunstancias habría
dicho aquello, y habría preferido no
imaginárselo, pero no pudo evitarlo. De
hecho, cada vez que sus ojos se posaban
en los cautivadores labios de Pedro
empezaba a imaginárselo de nuevo. A
imaginárselo, porque recordar no
recordaba casi nada.
—Con todo lo que había bebido no
sabía lo que hacía —respondió—, así
que anoche no cuenta.
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buenísimos los capítulos,seguí subiendo!!!
ResponderEliminarA pesar que leí la original, me encanta esta versión!!!!!!!!!
ResponderEliminarme encanto asi de firme que no se quiere divorciar amo esta novela
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