viernes, 24 de enero de 2014

CAPITULO 9



Pedro seguramente la había tentado
con todas las cosas que se había dicho
sin las que podía vivir: la atención de un
hombre encantador y deseable, la
oportunidad de comportarse de un modo
completamente espontáneo, darse el
capricho de una noche loca, cosa que ni
siquiera se le pasaría por la cabeza
cuando fuese madre.

—¿Paula? —la profunda voz de
Pedro la sacó de sus pensamientos un
instante antes de que sus manos se
posaran en sus hombros—. ¿Por qué?
—No importa.
Pedro la hizo volverse hacia él y le
apretó los hombros.
—Te equivocas. Me parece que no lo
entiendes: lo de anoche no fue una
gansada que tengamos que rectificar.
Paula parpadeó, incapaz de apartar
la vista de los intensos ojos castaños de
Pedro. ¿Creía que lo que habían hecho
tenía sentido, que aquello podía tener
futuro? No era precisamente lo que
necesitaba oír.

—Pues tenemos que rectificarlo
porque yo tengo planes, ¿sabes? No...
No podía volver a apostar por algo en
potencia; ya estaba cansada, y no quería
perder más tiempo de su vida.
—Lo sé, me hablaste de tu plan
anoche, pero mi plan es mejor. Y cuando
te lo expuse me dijiste que estabas de
acuerdo en que lo era.

¿Le había contado su plan de
someterse a una inseminación artificial?
Paula se reprendió en silencio,
sintiéndose como si se hubiese
traicionado a sí misma.
Afloraron a su mente imágenes de los
dos riéndose en el casino, y se preguntó
si aquello podría ser una broma de mal
gusto por parte de Pedro, pero cuando
lo miró a los ojos algo le dijo que no,
que estaba hablando en serio. 
¿Entonces qué...?

—¡Oh, Dios mío! ¿No te... no te
ofrecerías voluntario para ser mi
donante de esperma?
—¡No! Bueno, no en el sentido en que
estás pensando.
¿No en el sentido en que estaba
pensando? ¿Y en qué sentido entonces?
Una nueva ola de pánico la invadió y
bajó la vista a su mano, donde hasta
hacía unos instantes había estado el
anillo. Se había casado con ella, así que
no parecía una donación; de hecho la
palabra «donar» significaba dar algo
libremente, mientras que aquel tipo la
había atado a él con unos lazos muy
particulares.¡Quería tener derecho
sobre su bebé!

De pronto su respiración se aceleró, y
aún así parecía que le faltara el aire.
—Espera, Paula. No sé lo que estás
pensando, pero por la cara que tienes
puesta me parece que te estás
equivocando. Deja que me explique.
—Eres gay, ¿no?
¿Por qué si no un tipo guapo como él
le estaría haciendo lo que le estaba
haciendo?
—Esto...
La sonrisilla que asomó a los labios
de él le dijo a Paula que estaba en lo
cierto.
—Eres gay y no quieres que tus
padres lo sepan. Y supongo que
necesitas darles un heredero para que no
te deshereden o algo así.
—No... eh... yo... verás...
Paula sacudió la cabeza y resopló.
—Mira, Pedro, me da igual. Fuera
cual fuera el acuerdo al que llegáramos
anoche, lo siento pero se acabó.

Había bebido demasiado. Aunque
hubiera firmado un puñado de
documentos no podían ser válidos. Y no
estaba atada a él; podía marcharse en
cuanto quisiera. A menos que... Abrió
mucho los ojos y se quedó mirándolo
horrorizada.
—¿No intentarías... anoche no
intentarías dejarme embarazada?
La sonrisilla divertida se esfumó de
los labios de Pedro, y la miró aturdido
con una expresión que, para espanto de
Paula, parecía de culpa.

Pedro levantó una mano para pedirle
que lo dejase explicarse, pero Paula
dio un paso atrás y se rodeó el estómago
con los brazos, asqueada de haber
dejado que aquello ocurriese.
—No se puede ser más estúpida —
masculló furiosa consigo misma.
A Pedro se le escapó una risa
ahogada, como nerviosa.
—Paula... —dijo en un tono
suplicante.

A ella le daba vueltas la cabeza.
Aunque no la hubiese dejado
embarazada, lo había hecho con un
desconocido sin ninguna precaución.
Recordó las palabras de Josefina sobre las
enfermedades de transmisión sexual y el
estómago le dio un vuelco.
—Podría haberme contagiado algo...
—murmuró angustiada, sin darse cuenta
de que lo había dicho en voz alta.
—¡Paula! —la interpeló él, como si
estuviera perdiendo la paciencia—.
¿Quieres hacer el favor de mirarme? —
dijo agarrándola por los hombros—.
Para empezar,no tengo ninguna
enfermedad y siempre utilizo
preservativo.Segundo: no estoy
pendiente de recibir una herencia, y
cada centavo que tengo lo he ganado con
el sudor de mi frente. Tercero: ¿de
dónde diantres has sacado esas ideas?
Cuarto: no me he casado contigo porque
quiera un bebé, sino porque tenemos
metas y expectativas  similares y
porque... bueno, también porque me
gustas mucho, maldita sea.

Paula, que cada vez entendía menos,
sacudió la cabeza.
—Pero eso no tiene sentido...
Pedro continuó como si no hubiera
dicho nada.
—Y quinto: anoche no intenté dejarte
embarazada; ni siquiera hubo sexo —
concluyó dejando caer las manos de sus
hombros.

Paula se quedó boquiabierta. De
modo que era gay... No sabía por qué,
pero esa revelación la hizo sentirse
decepcionada en vez de aliviada.
—Pero cuando me desperté estaba
desnuda —replicó.

Al salir corriendo al baño a vomitar
se había tropezado con sus braguitas y la
espantosa camiseta de Sofia, y se las
había llevado para taparse un poco.
—Bueno, he dicho que no hubo sexo,
no que no pasara nada entre nosotros —
respondió él.
Sus ojos descendieron por su cuerpo,
y Paula sintió que su intensa mirada la
quemaba, como si no llevase puesto
siquiera aquel albornoz. Tragó saliva.

—Está bien, te creo; probablemente
no seas gay.
—No sé, ¿estás segura? —la picó él
enarcando una ceja y esbozando una
sonrisa lobuna.
De acuerdo, «probablemente» no era
la palabra adecuada. Decididamente no
era gay. Y decididamente no debería
haber sacado el tema del sexo, porque
en ese momento lo sentía mirándola con
ojos de depredador.
—Podría demostrártelo —murmuró
Pedro dando un paso hacia ella—.
Puedo ser muy persuasivo cuando me lo
propongo.
—Pedro... —le advirtió ella,
intentando no reírse.

¿Reírse? Debería estar espantada,
preocupada. Se había casado con un
completo desconocido y no se acordaba
de nada porque la noche anterior se
había emborrachado. Y, sin embargo,
aunque no sabía por qué, con sus bromas
Pedro había conseguido que se
calmase.
—Paula —le dijo él poniéndose
serio—, la razón por la que anoche no lo
hicimos es porque pasaste de estar
riéndote y flirteando conmigo, a no
encontrarte demasiado bien. Y ahí
terminó todo; al final lo único que
hicimos fue dormir. Así de simple.
Por algún motivo ella no tenía la
sensación de que hubiera sido tan
simple.

Pedro la tomó de la mano.
—Debería haberme dado cuenta de
que estabas bebiendo demasiado y haber
hecho que pararas.
—Ya no soy una niña, Pedro.
Debería haberme dado cuenta yo y haber
parado, pero no lo hice —inspiró y se
masajeó las sienes doloridas—. Y mira
cómo he acabado.
—Casada —Pedro le puso la palma
de la mano en la mejilla y la miró a los
ojos, aún igual de serio—. Con un
hombre que es la mejor alternativa a tu
plan, aunque no te lo parezca porque no
recuerdas nada de anoche.
—Pero ¿a ti sí te lo parece? —
inquirió ella, intentando mostrarse
sarcástica, sin conseguirlo.
De pronto pensó que preferiría verlo
esbozar de nuevo una de esas sonrisas
petulantes, porque aquella mirada tan
intensa la hacía sentirse nerviosa.
—Cada vez más.

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