viernes, 24 de enero de 2014
CAPITULO 8
El ruido del agua de la ducha se paró, y
la suite se quedó en completo silencio.
Pedro, que estaba observando la
espectacular piscina del hotel a través
de las puertas de cristal de la terraza, se
preguntó cómo estaría Paula cuando
saliese del baño.
Había conseguido mantenerse entera
al darse cuenta de cuál era la situación,
y hasta había sido capaz de bromear, en
medio de la vomitona, pero tan pronto
como se había sentido con fuerzas para
mantenerse en pie le había pedido que la
dejase a solas para poder asearse.
Y desde ese momento Pedro había
estado esperando. Había oído el
chasquido del pestillo de la puerta del
baño cuando había cerrado al salir él, y
luego un sollozo antes de que el ruido de
la ducha ahogara cualquier otro sonido.
Paula quería que buscaran un
abogado. Comprendía su reacción, y no
podía negar que el alcohol había
ejercido cierta influencia en sus actos de
la noche anterior, pero su mente se había
aclarado y se había reafirmado en que
había tomado la decisión correcta en el
momento propicio.
Los dos querían lo mismo; ¿cómo
habría podido ignorar eso? Además,
cuando le había expuesto su plan, a ella
le había parecido perfectamente lógico y
había accedido. Por eso no creía que
hubiera cometido un error.
En ese momento se oyó el pestillo, y
Pedro apretó los dientes preparándose
para lo peor, como que Paula se
pusiera histérica y empezara a gritarle.
Sin embargo, cuando la vio abrir la
puerta, envuelta en un albornoz que le
quedaba demasiado grande, y apartar de
su frente un mechón húmedo, se quedó
sin aliento. Era preciosa.
Luego, la firmeza de su mirada le dijo
que no iba a tener un acceso de histeria,
aunque a juzgar por su lenguaje
corporal, brazos cruzados, una mano
sujetando las solapas del albornoz, y la
otra asida con fuerza a su cintura,
sugería que no estaba precisamente
contenta. Parecía recelosa, alerta, y con
la cabeza fría.
Era una mujer fuerte, pensó Pedro, y
eso le pareció tan sexy como las uñas de
sus pies, que asomaban por debajo del
dobladillo del enorme albornoz pintadas
de rosa.
—¿Te encuentras mejor? —le
preguntó.
—Sí, gracias —Paula se aclaró la
garganta y miró a su alrededor
brevemente antes de centrar de nuevo su
atención en él—.Lo necesitaba;
necesitaba unos minutos para poner mis
pensamientos en orden. Perdona que te
haya tenido esperando.
Y además considerada. Era
encantadora.
—No pasa nada. Lo entiendo.
Paula inspiró y fue directa al grano.
—Bueno, como te decía antes, lo
primero que necesitaremos será un
abogado que nos ayude con los trámites
legales para que nos concedan la
anulación —levantó el pulgar para
empezar a contar—. Aunque me apuesto
lo que quieras a que en recepción
tendrán algún tipo de información
disponible; un folleto o algo así. Al fin y
al cabo estamos en Las Vegas, y esto le
habrá pasado a mucha gente antes que a
nosotros. Preguntaré cuando baje a hacer
fotocopias de los papeles que nos dieron
en... bueno, en la capilla donde nos
casamos.
Pedro asintió y frunció el ceño. Era
una mujer independiente y con las ideas
claras, pero estaba enfocando aquello en
la dirección equivocada, se dijo
mientras ella seguía contando con los
dedos. Ya estaba a punto de llegar a
cuatro cuando fue hasta donde estaba y
cerró su mano en torno al dedo anular de
ella, que acababa de levantar.
—Eh, eh... no te embales.
Paula parpadeó.
—Y en cuarto lugar... esto —dijo
moviendo el dedo atrapado en su puño
—: tu anillo. Tenía miedo de quitármelo
y perderlo antes de poder devolvértelo.
Pedro dejó caer la mano y frunció el
ceño de nuevo al ver que se disponía a
quitárselo.
—Espera, deja que te lo vea puesto.
Paula alzó sus ojos hacia los de él
con una expresión inquisitiva y recelosa.
—Te sienta bien —dijo Pedro.
No se arrepentía en absoluto del
dinero que había desembolsado en él la
noche anterior.
Paula asintió y esbozó una pequeña
sonrisa.
—Es el anillo más deslumbrante que
he visto —contestó admirando los
pequeños diamantes engarzados en la
montura de plata—. Ojalá recordará
algo más aparte de cómo brillaba bajo
los fluorescentes del cuarto de baño de
la capilla.
Pedro frunció el ceño.
—¿No te acuerdas de cuando fuimos a
comprar los anillos?
Paula tragó saliva.
—Me gustaría poder decir que sí,
pero la verdad es que no —sacudió la
cabeza—, pero tampoco creo que eso
importe demasiado.
De eso nada.
—Paula,a mí sí me importa.
¿Tampoco recuerdas el momento en que
te pedí que te casaras conmigo?
—No —respondió ella sin la menor
vacilación, sin pestañear siquiera.
—¿Y de la boda?
—No, lo siento.
Pedro se quedó mirándola, sin poder
dar crédito a lo que estaba oyendo. Sí,
Paula había bebido unas cuantas copas
de más la noche anterior, y él también,
pero... ¿que no recordase nada?
—Paula... —comenzó, esforzándose
por reprimir su frustración—. ¿Cuánto
recuerdas exactamente de lo que ocurrió
anoche?
—Unos minutos aquí y allá; mis
recuerdos son muy vagos.
La preocupación de Pedro aumentó,
y Paula, que se había quitado el anillo,
se lo puso en la palma y le cerró la
muñeca.
—Recuerdo haberte visto pasar cerca
de nuestra mesa, en el casino, y pensar
que eras muy guapo. Y recuerdo que a lo
largo de la noche me reí un montón. Y
luego recuerdo vagamente un momento
en el que estabas bromeando sobre
escoger una vajilla. Y recuerdo... —sus
mejillas se tiñeron de un suave rubor—.
Recuerdo que en varios momentos pensé
que debía pisar el freno y dejar de
beber, porque yo no suelo beber mucho,
pero me lo estaba pasando tan bien... Y
recuerdo cuando firmé en la capilla y
pensé... Dios, no sé lo que pensé, así
que supongo que ni siquiera me paré a
pensar lo que estaba haciendo —
murmuró apartando la mirada.
Pedro se quedó mirándola de nuevo,
aturdido. No le extrañaba que estuviese
tratando su matrimonio como un
souvenir barato de Las Vegas, uno de
esos que sabes que a los dos días
acabará en la basura. No recordaba las
razones que le había dado para cambiar
sus planes. ¡Si apenas se acordaba de él!
Y sin embargo había conseguido
mantener la calma. Era una mujer fuerte,
la clase de compañera que necesitaba.
Paula frunció los labios y le preguntó:
—Imagino que no sabrás dónde está
mi vestido, ¿no?
Los recuerdos de Paula con aquel
escueto vestido azul oscuro inundaron
de inmediato la mente de Pedro, pero
en ese momento lo que menos le
importaba era dónde había ido a parar el
vestido.
—Paula, siento mucho todo esto. Si
hubiera sabido que no recordabas nada
te habría explicado lo que pasó. ¿Por
qué no me has preguntado?
Paula le dio la espalda, cerró los
ojos e inspiró. ¿Que por qué no le había
preguntado? Porque los detalles no eran
importantes y porque podía imaginarse
por sí sola lo ocurrido, aunque fuera
únicamente a grandes rasgos.
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