jueves, 6 de febrero de 2014
CAPITULO 44
Se había ido. Las nueve de la mañana
y ya se había ido. La casa estaba en
silencio y solo se oía su respiración
jadeante. Había ido de una habitación de
la casa a otra, buscándola.
Había creído que esperaría. Había
creído que, siendo una persona sensible
y respetuosa, no se iría sin hablar con él,
sin decirle a la cara que se había
acabado.
Sin embargo, aunque era sensible y
respetuosa,Paula también era lista.
Demasiado lista como para darle la
oportunidad de convencerla de que se
quedara.
Estaba tan furioso que sentía deseos
de ponerse a tirar objetos contra la
pared, de destrozarlo todo. Con los
puños apretados salió del estudio.
Aquello no había acabado.
Paula se había marchado, sí, pero
sabía dónde había ido. Iría tras ella. La
haría entrar en razón. Haría que volviera
con él.
Emplearía el sexo para convencerla si
fuera necesario. Comenzaría con un beso
apasionado, la arrinconaría contra la
pared, porque sabía que eso la volvía
loca...
Y cuando la tuviese gimiendo y
jadeando, con las manos enredadas en su
pelo y las piernas rodeándole la cintura,
aprovecharía el momento para decirle:
«No puedes abandonarme. No te dejaré
marchar».
Era el eco de las palabras del hombre
al que más detestaba, su padre, palabras
que le había oído decirle a su madre
más de una vez. Era igual que él, pensó,
sintiendo que la sangre se le helaba en
las venas. Por mucho que se jurara que
no iba a ser como él, el ADN de ese
bastardo formaba parte del suyo.
¿Cuántas veces había intentado su
madre alejarse de él? ¿Cuántas veces
había intentado poner fin a su relación y
empezar una vida lejos de aquel hombre
que nunca la haría parte de la suya?
Recordó aquella mañana, años atrás.
La pequeña figura de su madre,
demasiado quieta, acurrucada en la
cama. Y cómo él supo, antes incluso de
alargar la mano para intentar despertarla
que...
Se preguntó si las cosas habrían sido
distintas si su padre hubiese respetado
los deseos de su madre, si la hubiese
dejado marchar. ¿Habría rehecho su
vida?, ¿habría encontrado en su interior
el deseo de seguir viviendo?
Abrió la mano derecha, que aún tenía
cerrada en un puño, y bajó la vista al
anillo de diamantes en su palma.
Era la segunda vez que Paula se lo
devolvía. La segunda vez que él había
ignorado por completo lo que ella
quería. Se pasó una mano por el cabello
y volvió a apretar el puño. Él no era
como su padre.
Se había pasado toda la vida
demostrándoselo a sí mismo y a
cualquiera que se atreviese a
relacionarlo con él por el apellido
Alfonso, que le había dado después de que
su madre se suicidase, después de
decidir que debía hacerse cargo de él.
El día que había cumplido los
dieciocho años había ido a ver a su
padre al trabajo. Había ido a su
despacho y le había dicho que no quería
su dinero, ni el puesto que le había
ofrecido en su empresa.
No quería nada del hombre que había
arruinado la corta vida de su madre con
su egoísmo. Una sensación de angustia
lo invadió. No quería ser como su
padre; tenía que dejar marchar a Paula.
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