jueves, 6 de febrero de 2014
CAPITULO 45
A Paula la llamada de teléfono a
Pedro dos noches atrás le había
resultado terriblemente incómoda. Había
sabido que tendrían que hablar en algún
momento, decir las cosas que su
ausencia ya había anunciado, resolver la
cuestión del envío de las cajas que había
dejado en su casa y tratar el asunto del
divorcio.
Y lo habían hecho, pero no se había
esperado que la llamada fuese a ir como
había ido: tan relajada, tan educada.
También le había chocado el tono casual
de Pedro. «¿Ya tienes abogado? Si aún
no lo tienes, podría ayudarte a encontrar
uno». «He hablado con una compañía de
mudanzas por lo de tus cajas. Me han
dicho que lo más pronto que podrían
llevártelas sería el viernes; ¿te va
bien?». El oírle decir esas cosas la
había descolocado.
Casi la había destrozado marcharse,
pero el dolor de darse cuenta de lo poco
que le había afectado su marcha era aún
peor. Solamente había pasado un día... y
era como si le diese exactamente igual
que se hubiese ido.
La noche anterior a su marcha se
había mostrado dispuesto a hablar, a
intentar solucionar las cosas, pero de
pronto parecía como si después de su
marcha se hubiese encogido de hombros
y hubiese decidido seguir con su vida.
A pesar de lo espantoso que había
sido para ella que volvieran a romperle
el corazón, ese dolor había sido justo lo
que necesitaba para disipar las dudas
que tenía respecto a someterse a una
inseminación artificial y su decisión de
no volver a embarcarse en una relación
de pareja. Ya no volvería a dudar nunca
más. Solo por eso, aquella llamada, a
pesar de haber sido muy incómoda,
había merecido la pena, se había dicho,
tratando de consolarse.
O eso había pensado hasta hacía
sesenta segundos, cuando bajó al portal
a abrir, esperando encontrar a la gente
de las mudanzas, y se había encontrado
con Pedro, dirigiéndole esa sonrisa
que era casi una afrenta.
—Eh, preciosa, ¿tienes algo alguna
cosa con la que los chicos de las
mudanzas puedan sujetar esta puerta y no
se les cierre? —le preguntó señalando
el camión de mudanzas aparcado junto a
la acera, detrás de él—. Es bastante
pesada, y como van a tener que entrar y
salir varias veces...
—¿Qué estás haciendo aquí? —le
espetó ella, demasiado aturdida como
para suavizar su tono.
Pedro se encogió de hombros.
—No sabía si tendrías a alguien que
pudiera echarte una mano, y se me
ocurrió venir a ofrecerme.
Paula apretó la mandíbula. Una
mezcla de emociones encontradas
amenazó con hacer que se le saltaran las
lágrimas.
—Pedro, no deberías haber venido.
Me marché porque...
—Todavía soy tu marido —dijo él sin
perder la sonrisa. Giró la cabeza un
momento para mirar a los tipos de las
mudanzas, que ya estaban descargando
las cajas del camión—. Cuando nos
casamos prometí cuidarte, así que, si
puedo ayudarte en algo mientras aún
seamos marido y mujer, lo haré.
Paula quería replicar, decirle lo
furiosa que estaba de que se hubiera
presentado allí sin avisar, y más
teniendo en cuenta que se había ido de
madrugada para evitar tener que volver
a verlo otra vez, pero Pedro no era
tonto. Estaba segura de que sabía que
iba a molestarla yendo allí, y aun así lo
había hecho porque siempre tenía que
hacer lo que le venía en gana.
—En fin, el caso es que aquí estoy —
dijo Pedro entrando en el portal. Se
puso justo detrás de ella, y levantó un
brazo por encima de su cabeza para
sujetar con la mano la puerta que ella ya
estaba sosteniendo—. Y ya que he
venido, voy a ayudar.
Paula sabía que debería ignorar el
olor de su colonia, pero no pudo
resistirse a inspirar y llenarse los
pulmones con ese aroma que tantos
recuerdos le traía. Recuerdos de noches
de pasión, sus cuerpos desnudos, el
placer de sus besos y sus caricias...
De pronto él le puso una mano en la
cintura, y un cosquilleo recorrió la
espalda de Paula.
—Paula —dijo Pedro atrayéndola
hacia sí.
Ella sabía que debería apartarlo.
Estar tan cerca de él era...
—Apártate, cariño, los hombres
necesitan pasar.
Paula vio que se acercaba uno de los
tipos de las mudanzas con una caja, y
comprendió que lo que estaba haciendo
Pedro era apartarla para que dejase el
paso libre.
—Gracias, señorita —dijo el hombre.
Ella asintió azorada, con las mejillas
ardiéndole. Intentó zafarse del brazo de
Pedro que le rodeaba la cintura, pero
él no se lo permitió, y no tuvo más
remedio que girar la cabeza para
mirarlo y decirle:
—¿Te importaría soltarme? Necesito
subir para abrirles la puerta del
apartamento y decirles dónde tienen que
dejar las cajas.
También necesitaba un poco de
espacio para poder respirar, pensar, y
recordarse los motivos por los que tenía
que guardar las distancias con él, añadió
para sus adentros.
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bueno me encantaron los cap y los de hoy los pude leer gracias a que el internet volvio hace una hora por eso los lei tods juntos te mando besos sabes que crei que pepe se iva a mudar con ella , bueno te dejo besos y espero el siguiente
ResponderEliminarbuenísimos los capítulos,me encantaron!!!
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