No quería volver a empezar una
relación para ver cómo se desarrollaban
las cosas, no quería más falsas
esperanzas y años de indecisión...
—No —respondió él sacudiendo la
cabeza—. Eres mi esposa y quiero que
sigas siéndolo, pero me doy cuenta de
que no lo ves tan claro como lo veías
anoche, cuando accediste a casarte
conmigo, y sé que lo que te estoy
pidiendo no es fácil. Pero confío en que
tú también llegarás a la conclusión de
que este matrimonio no es un error si le
das un poco de tiempo. Lo que te estoy
proponiendo es un periodo de prueba:
dame tres meses. Si pasados esos tres
meses piensas que no nos
compenetramos te daré el divorcio y
podrás retomar lo que habías planeado.
Y entretanto hacemos como si ya
hubiéramos decidido que esto es lo que
queremos: te vienes a vivir conmigo...
como mi esposa.
Paula se notaba la garganta seca y el
corazón le palpitaba con fuerza. Lo que
Pedro estaba sugiriendo era una locura.
—¿Y qué harías, presentarme a tus
amigos y a tus socios? ¿Y si al final no
me siento feliz y te digo que quiero
marcharme?
—Te dejaré marchar. Solo te estoy
pidiendo que le des una oportunidad a
nuestro matrimonio, no que te encierres
en una prisión de la que no podrás salir.
Además, estoy seguro de que eso no
ocurrirá.
Paula lo miró vacilante; las dudas
pesaban demasiado.
—No sé, Pedro. Es que ahora por
fin había encontrado una manera de ser
feliz. Ya sé que crees que porque el
amor no entra en la ecuación de este
matrimonio no fracasará, pero yo no
puedo volver a depositar mi fe en
alguien para luego acabar defraudada; lo
siento. Duele demasiado cuando eso
pasa.
—¿Y no crees que, si te equivocas,
solo por la recompensa habrá merecido
la pena correr el riesgo?
—No lo sé. Y quizá eso debería
decirnos algo a los dos —murmuró ella.
Los ojos de Pedro relampaguearon.
—Sí, ya lo creo que sí —dijo—. A
mí me dice que en vez de esperar,
creyendo que recordarías, debería haber
hecho esto.
Y antes de que ella pudiera siquiera
parpadear la atrajo hacia sí y la besó.
Paula había levantado las manos en un
gesto automático de defensa, y habían
quedado atrapadas entre los dos,
apretadas contra el pecho de Pedro.
Aquel beso fue aún mejor de lo que
había imaginado que debían ser sus
besos. Fue tan increíble que sintió que,
aunque quería resistirse, su resistencia
se estaba evaporando poco a poco. Una
de las manos de él descendió de su
hombro a la cintura y los dedos de la
otra se enredaron en su cabello.
Paula entreabrió los labios y rozó
vacilante la lengua de Pedro con la
suya. Él no necesitó más, y con un
gruñido de satisfacción respondió con
ardor, enroscando su lengua con la de
ella con movimientos que emulaban al
acto sexual.
Aquello era demasiado intenso,
demasiado excitante, y Paula se
encontró apretándose contra él al tiempo
que él la apretaba contra sí. Era
demasiado pero a la vez no era
suficiente. Para ninguno de los dos.
Las manos de Pedro asieron sus
nalgas y las masajearon. Luego una de
ellas se deslizó por la parte posterior
del muslo y le levantó la pierna para
colocarla en torno a la suya. Pedro
empujó las caderas hacia delante para
que pudiera sentir su miembro en
erección contra su vientre y los duros
músculos del muslo que había
introducido entre sus piernas.
Paula sabía que aquello no era una
buena idea, pero no le importaba, no
podía parar... Los labios de Pedro, que
estaban devorando los suyos,
descendieron por la mandíbula para
besarla sensualmente en el cuello.
Paula echó la cabeza hacia atrás,
extasiada, mientras desabrochaba
torpemente la camisa de Pedro.
—Paula, Paula... —jadeó él entre
beso y beso contra su piel caliente—.
Nena, no sabes lo increíble que va a ser
esto... Dime que tú también quieres que
lo hagamos.
—Sí... —gimió ella—. Sí... sí, por
favor...
Pedro estaba moviendo el muslo que
tenía entre sus piernas, levantándole la
falda del vestido, y la fricción la estaba
volviendo loca.
—Dime que sí... —susurró contra sus
labios—, dime que aceptas mi
proposición...
Aquel no era momento para discutir,
pensó Paula irritada; no era momento
de hablar de nada.
—Luego... Por favor, dejemos eso
para luego...
Pedro dobló un poco las rodillas
para que al apretarse de nuevo contra
ella Paula notase la punta de su
miembro erecto a través de sus
braguitas. Paula jadeó, sintiendo que
una ola de calor se expandía por su
vientre, y estrujó el corto cabello de él
con las manos.
—Dime que te vendrás mañana a casa
conmigo... —la instó él una vez más.
—Pedro, por favor... —le suplicó
ella. Estaba ardiendo, estaba en llamas.
—No sabes cuánto me gusta oírte
decir eso —murmuró Pedro contra sus
labios entreabiertos—. Y no sabes
cuánto estoy deseando oírte decírmelo al
oído mientras te penetro, hundiéndome
en tu cuerpo... —las eróticas imágenes
que evocaban sus palabras arrancaron
un gemido de la garganta de ella—,
haciendo que el placer sea mayor con
cada embestida... hasta que alcances el
éxtasis entre mis brazos.
—Sí... —ya estaba a punto de
alcanzarlo.
—¿Sí qué, Paula? —le preguntó
Pedro, cuya mano estaba subiendo y
bajando por la curva de su trasero—. Ya
sabes lo que quiero oír.
Un momento, ¿qué...?
—¿Estás... chantajeándome... con sexo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario