miércoles, 5 de febrero de 2014
CAPITULO 39
Cuando se hubieron sentado en el sofá
él abrió la carpeta y sacó unos cuantos
folletos de viajes.
—Vaya, veo que tienes unas cuantas
ideas —observó Paula divertida.
Sin embargo, cuando vio las portadas
de los folletos frunció el ceño: Zúrich,
Múnich, Taiwán... El estómago le dio un
vuelco al darse cuenta de lo que
implicaban esos lugares.
—No eres muy de playa, ¿eh? —
comentó aturdida.
Pedro se encogió de hombros.
—La playa me gusta, pero he pensado
que tiene más sentido matar dos pájaros
de un tiro.
¿Matar dos pájaros...? Paula volvió
a bajar la vista a los folletos.
—Tengo que ir a estas ciudades por
trabajo el mes que viene —le explicó él
—. Eh... —añadió acariciándole el
hombro al verle la cara—, ya sé que
hablamos de convertir nuestra luna de
miel en una especie de fantasía
romántica, pero después de la reunión
que tuve ayer me he dado cuenta de que
tengo que bajar de las nubes y volver a
la realidad. Me apetece mucho hacer ese
viaje contigo, pero siendo prácticos
estarás de acuerdo conmigo en que lo
que te estoy proponiendo es lo más
conveniente. Y, cuando yo esté en una
reunión de trabajo, tú puedes aprovechar
y hacer un poco de turismo o ir de
compras.
La ira estaba empezando a reemplazar
el aturdimiento de Paula.
¿Qué diablos...? Había sido él quien había
sugerido lo de la luna de miel, lo de los
destinos románticos. Pero por supuesto
eso había sido antes de que ella se
ofreciera a él en bandeja de plata.
Paula se quedó mirando a Pedro, que
tenía una expresión indulgente y una
sonrisa en los labios, y por primera vez
tuvo la sensación de que era un extraño.
¿Bajar de las nubes y volver a la
realidad? ¿A qué había venido eso?
¿Era una especie de advertencia antes de
que se comprometiera con su
matrimonio? ¿Era la manera de Pedro
de asegurarse de que comprendiera que
su vida juntos no iba a ser siempre
champán y rosas?
—Claro que, si tantas ganas tienes de
ir a la playa, podrías hacer un viaje a
Hawái, o algún spa. Podrías llevarte a
una amiga contigo —añadió él.
Paula levantó una mano para
interrumpirlo.
—Lo he entendido,Pedro.
La luna de miel se había acabado, y
tenía la sensación de que estaba a punto
de ver un lado de su esposo que no le
había mostrado antes.
Enfundada en otro vestido de fiesta,
Paula tenía la cabeza girada hacia la
ventanilla de la limusina, y observaba
sin interés las calles iluminadas de la
ciudad por las que pasaban. Miró a
Pedro, que iba sentado frente a ella
repasando unos papeles de trabajo que
habían recogido en su oficina hacía unos
minutos y hablando con uno de los
directivos de su compañía.
Al llegar a casa la había saludado con
un beso, aunque algo casto, había
elogiado su peinado y lo bien que le
sentaba el vestido y le había preguntado
por su día, pero nada de todo aquello le
había parecido real.
La conexión que había habido entre
ellos desde el principio, ese algo
invisible que podía palparse en el aire,
en cada frase, en cada sonrisa, en cada
mirada, se había evaporado desde la
noche en que le había ofrecido en
bandeja lo que quería.
¿Era ese el tipo de matrimonio que él
le había propuesto desde el principio?
El romanticismo, las risas, la
complicidad entre ellos... ¿Podía ser que
todo eso no hubiese sido más que el
cebo que le había puesto para que picara
el anzuelo, de asegurarse su interés y su
afecto para que considerara su
propuesta?
No podía creerlo, no podía
comprender por qué se habría esforzado
tanto para tentarla con algo que no
podría tener. A menos que fuese una
especia de prueba, que quisiera
asegurarse de que entendía exactamente
aquello a lo que iba a renunciar.
No, no podía ser tan cruel. Lo conocía
y sabía que nunca haría
intencionadamente algo que pudiera
herirla de ese modo. Además, la
conexión que había entre ellos... no
podía haber fingido eso. ¿Qué estaba
pasando allí? Quizá se estuviese
sintiendo abrumado. Quizá necesitase tiempo.
O quizá estaba engañándose a sí
misma como una tonta.
Pero le había dicho a Pedro que por él estaba
dispuesta a arriesgarse, y después de lo
que habían vivido juntos en esos dos
meses, aún creía que merecía la pena correr ese riesgo.
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