miércoles, 5 de febrero de 2014
CAPITULO 40
Giró de nuevo la cabeza hacia la
ventanilla, parpadeando para contener
las lágrimas que habían acudido a sus
ojos. Todo iba a salir bien, se dijo,
estaba segura. Ya se sentía un poco
mejor.
Momentos después la limusina se
detenía frente al hotel donde se
celebraba la fiesta a la que iban.
Pedro dejó a un lado los documentos y le dijo
a su interlocutor:
—Ya hemos llegado, así que el resto
tendrá que esperar. Si te parece,
podríamos reunirnos esta noche para
hablarlo... Sí, aunque acabemos de
madrugada; es importante.
Le lanzó una mirada a Paula, para
ver como se tomaría que fuese a tener
una reunión de trabajo a esas horas
intempestivas.
Ella esbozó una sonrisa comprensiva,
sacó de su bolso de mano un espejito y
se puso a comprobar su aspecto como si
no le molestase en absoluto.
Pedro, que se había quedado
mirándola, carraspeó y dijo por el
móvil:
—Sí, perdona, sigo aquí. De acuerdo,
pues quedamos esta noche entonces.
Hasta luego.
Paula volvió a guardar el espejito y
le sonrió de nuevo, ignorando su ceño
fruncido y sus ojos entornados. ¿Tal vez
estaba notando algo distinto en ella?
Tenía que ser eso. Y lo que
demostraba era que no se había
equivocado respecto a esa conexión que
había entre ambos. Los dos intuían
cuando al otro le pasaba algo. Sí, todo
iba a salir bien, se repitió una vez más.
Cuando la limusina se detuvo, el
conductor les abrió la puerta. Pedro se
bajó y le tendió una mano para ayudarla.
—¿Lista? —le preguntó.
Paula, sintiendo que volvía a tener
confianza en sí misma, contestó con
firmeza:
—Lista.
Paula era perfecta. Pedro no dejaba
de maravillarse de hasta qué punto
Paula encajaba en su vida. A los cinco
minutos de su llegada ya tenía a toda la
mesa comiendo de su mano. Nadie
escapaba al hechizo de su sonrisa y su
facilidad para conversar sobre cualquier
tema. Era asombrosa.
Le había preocupado haberlo echado
todo a perder al dejar que las emociones
se desbordaran, y había temido que no
hubiese vuelta atrás pero, tras unos días
de convivencia más ajustada a como se
suponía que debería haber sido desde el
principio, parecía que Paula había
comprendido. Esa noche, en la limusina,
lo había visto en sus ojos.
Se había sentido sorprendido, pero
también inmensamente aliviado porque
no quería renunciar a ella. No quería
perderla. Ahora lo que hacía falta era
que mantuviese la cabeza fría para no
estropearlo.
Después de la cena habían pasado a
uno de los salones de baile, donde
algunos invitados bailaban y otros
charlaban con una copa en la mano.
El grupo en el que había dejado a
Paula estalló de pronto en risas, y la de
ella, más dulce y musical, destacaba por
encima del resto. Dios, era preciosa.
—De modo que es cierto.
Pedro giró la cabeza al oír aquella
voz femenina tan familiar. A pesar de la
acusación velada que contenían las
palabras, por el tono, deliberadamente
educado, cualquiera habría creído que le
estaba preguntando por la salud de una
anciana tía abuela.
¡Carla! Habría querido girar la cabeza
para ver si Paula podía verlos desde
donde estaba, pero se contuvo. En
cualquier caso, llamaría menos su
atención si simplemente tenía una
conversación educada con Carla y luego
iba a recoger a Paula y la sacaba de
allí. Eso era lo que iba a hacer.
Paula sabía que antes de conocerla
había estado comprometido con Carla y
sabía que su ruptura había sido reciente,
pero no conocía los detalles. O más bien
no los recordaba, porque se los había
contado la noche en que se habían
casado en Las Vegas. Había tenido
intención de volver a explicárselo, pero
había estado esforzándose tanto para que
le diera una oportunidad que no había
querido echarlo todo a perder con algo
que ya era agua pasada. Además, no le
había parecido que hubiera ninguna
prisa por hablar de ello. Claro que eso
había sido porque no había esperado
que fuera a toparse de improviso con
Carla. Pero allí estaba, a un par de pasos
de él, mirándolo con una sonrisa
ensayada en los labios que no dejaba
entrever lo que en realidad debía de
estar pensando en ese momento.
—Carla... No sabía que habías vuelto
a San Diego. ¿Cómo estás?
—¿Que cómo estoy, Pedro? —
repitió ella en un tono frío, sin perder la
sonrisa—. Quizá debería decirte mejor
cómo me siento: humillada.
Pedro sintió una punzada de
culpabilidad. Debería haberla llamado,
debería haberle dado él la noticia de
que se había casado.
—Pues no deberías sentirte así —le
dijo, y para intentar quitarle hierro al
asunto, añadió—: Vamos, todo el mundo
sabe que fuiste tú quien me dejaste.
Fuiste tú quien rompió nuestra relación
y...
—Nuestro compromiso. Ibas a casarte
conmigo.
Pedro empezaba a notarse los
hombros y la espalda agarrotados por la
tensión.
—Es verdad, nuestro compromiso —
concedió unánime.
A pesar de que no habían subido la
voz, sabía que acabarían atrayendo las
miradas de las personas que tenían más
cerca. Al girar la cabeza, vio aliviado
que Paula se había unido a otro grupo
de personas que estaba un poco más
alejado.
Acabaría cuanto antes con aquella
conversación y se marcharían. Con Carla
de vuelta en la ciudad tenía que
contárselo todo cuanto antes.
Seguramente no le haría gracia saber el
poco tiempo que había pasado entre su
ruptura con Carla y su boda con ella en
Las Vegas, pero la primera noche lo
había comprendido.
Tenía que confiar en que cuando
se lo explicase de nuevo también lo entendería.
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