jueves, 23 de enero de 2014
CAPITULO 3
Doce horas antes...
—¡Oh, venga ya! Estamos hablando
de inseminación artificial —dijo Sofia
parpadeando con incredulidad—. Eso
hace que se pierda toda la diversión.
Paula Chaves apuró su martini y se
echó hacia atrás en el mullido sofá de
cuero del casino. Mientras consideraba
tomarse otra copa ignoró como pudo la
discusión de las otras dos damas de
honor.
Parecía que les era indiferente que
fuera de ella de quien estaban hablando,
y de que ya hubiese tomado una
decisión.
—La diversión viene nueve meses
después —replicó Josefina—:una
personita con su pijamita, su gorrito de
lana y su chupete. Y sin ninguno de los
«efectos secundarios» indeseados que
tendría tu plan.
El «plan» de Sofia, si Paula no lo
había entendido mal, giraba en torno a la
camiseta que había doblada sobre la
mesita baja entre ellas. Una camiseta
rosa fucsia que tenía escrito:
QUIERO UN HIJO TUYO.
—Porque, a ver, hablando en serio —
continuó Josefina—:imaginemos que
Paula se la pone. ¿Quién te dice que el
primer tipo que la aborde, atraído por
esa camiseta tuya, no tenga el virus del
Ébola o algo peor? Es una locura
practicar el sexo con un desconocido y
sin preservativo y estás intentando
convencer a Paula de que lo haga.
Paula levantó de nuevo su vaso, lo
puso boca abajo, y observó cómo se
deslizaba hasta el borde la última gota
de martini. La atrapó con la lengua y
rogó por que la camarera lo interpretase
como un ruego desesperado de que
necesitaba otra copa. Y pronto.
—Eres una puritana; es patético —le
contestó Sofia.
—Lo que soy es una dama y por eso
no voy a decir lo que eres tú —le espetó
Josefina.
—Chicas, por favor —intervino
Paula antes de que llegara la sangre al
río—. Agradezco que os preocupéis por
mí, pero no quiero que discutáis.
No era verdad que lo agradeciese.
Habría preferido parecerles tan sosa que
no hubiesen sido capaces de recordar su
nombre en todo el fin de semana y que la
hubiesen ignorado durante toda la cena.
Pero como su madre era incapaz de
guardar un secreto, toda la familia se
había enterado de que iba a someterse a
una inseminación artificial dentro de dos
meses, y, al llegar a Las Vegas para la
boda de su prima Gabriela, se había
encontrado con una tempestad de
opiniones encontradas con respecto a su
decisión.
—Sofia, me encanta, de verdad que me
encanta esta camiseta, pero donde va a
ir es a mi baúl de los recuerdos. Y
Josefina, agradezco tu apoyo, pero...
Josefina levantó una mano para
interrumpirla.
—En realidad no es que apoye lo que
has decidido hacer; pienso que deberías
esperar a encontrar un marido, como el
resto de nosotras.
Los recuerdos de los dos años que
había estado saliendo con Facundo
asaltaron a Paula, y sintió que el
remolino de emociones descarnadas,
vergüenza, ira, frustración, impotencia,
amenazaba con absorberla. No podía
dejar que eso ocurriera.
Las palabras de Facundo acudieron a su
mente: «Paula, te juro que yo mismo no
podía imaginar que esto fuera a pasar.
De repente me di cuenta de que seguía
enamorado de ella».
No iba a volver a darle vueltas otra
vez a eso, no iba a perder ni un segundo
más de su vida desperdiciando un solo
pensamiento en el hombre que se había
marchado a una conferencia hablando de
formar una familia con ella y había
vuelto casado con otra.
Se irguió y tomó las riendas de sus
pensamientos. No necesitaba a Facundo.
No necesitaba a ningún hombre para
tener el hijo que siempre había deseado.
Bueno, solo necesitaba a uno que
hubiese pasado cinco minutos a solas
con un vaso de plástico en un banco de
semen.
Josefina suspiró y le dijo:
—Criar a un hijo es algo muy
especial, pero, si esperas a que aparezca
tu príncipe azul, tendrás a alguien con
quien compartirlo, y será aún más dulce.
—Bueno, en realidad... —comenzó a
responder Paula, pero Josefina no había
terminado.
—Tú y toda la gente como tú sois el
problema que tiene nuestra sociedad. La
vida no es obtener lo que quieres en el
instante en el que tú quieres; hay cosas
por las que merece la pena esperar. Pero
dicho eso, entre acostarte con un extraño
que podría tener algo contagioso y lo de
la inseminación artificial, respaldo lo
segundo.
Paula sintió que le ardían las
mejillas de ira, pero pensó en su prima
Gabriela, y en cómo se sentiría si sus tres
damas de honor se pusieran a tirarse de
los pelos y se mordió la lengua.
—Ya veo. Bueno, pues gracias por...
por darme tu opinión al respecto.
A Sofia se le escapó la risa por la
nariz y Paula estiró el cuello,
intentando avistar a la camarera. Sin
embargo, lo que captó su atención fue el
hombre que pasó por delante de su mesa
en ese momento con una mano levantada,
como saludando a alguien.
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