jueves, 23 de enero de 2014

CAPITULO 5



La rubia, de grandes ojos azules,
sonrió vergonzosa.
—Verás, me he dado cuenta de que
estabas a punto de irte, y te estaría muy
agradecida si me dejaras salir de aquí
contigo, como si nos estuviésemos
yendo juntos.
Vaya. Pedro parpadeó.
—¿Solo «como si»? —inquirió
decepcionado.
Ella sonrió de nuevo y se pasó una
mano por el cabello.
—Sí, bueno, es que mis... amigas
vieron que me fijé en ti cuando llegaste
y... en fin, no te imaginas lo pesadas que
han estado todo el tiempo, así que les he
dicho que me acercaría para ver si
estabas interesado con tal de que me
dejen tranquila.
De modo que se había fijado en él...,
pensó Pedro, permitiéndose recorrer su
esbelta figura con la mirada. Sí, no
estaba nada mal,aunque ella lo
reprendiera moviendo el dedo cuando
volvió a alzar la vista a su rostro.
—Ah... ah... de eso nada —le advirtió
—. Mira, eres guapo, pero yo lo que
quiero es salir de aquí.
Él sonrió divertido y al girar la
cabeza vio que sus amigas estaban
mirándolos.
—No son muy sutiles.
La rubia se encogió de hombros.
—No, por lo que sé de ellas no
parece que la palabra «sutil» forme
parte de su vocabulario.
Pedro enarcó una ceja.
—¿Por lo que sabes de ellas? ¿Qué
clase de amigas son?
—En realidad no somos amigas;
hemos venido a Las Vegas como damas
de honor para la boda de una prima mía.
Pero el domingo por la mañana nuestras
obligaciones de damas de honor habrán
terminado y espero no tener más trato
con ellas. Son las mejores amigas de mi
prima; se conocen desde que iban juntas
a la guardería.

Ajá...
—¿Y se están entrometiendo en tu
vida amorosa porque...?
Ella arrugó la nariz y puso los ojos en
blanco.
—¿Hay alguna posibilidad de que me
ayudes a salir de aquí? —le preguntó
impaciente.

Pedro se echó hacia atrás en su
asiento, y le indicó con un ademán el
que Hernan había dejado vacío.
—Si quieres que resulte convincente
deberías sentarte un rato y charlar
conmigo; al menos diez minutos.
La mirada escéptica de ella le dijo
que sospechaba que estaba pensando en
algo más que en ayudarla a zafarse de
sus «amigas». Aunque no se parecía a
las mujeres que solían interesarle,
podría ser justo la clase de diversión
que necesitaba. Además, parecía la
clase de chica que no acostumbraba a
ligar con extraños, un reto, pensó,
sintiéndose cada vez menos apático.

—Vamos, solo diez minutos.
Hablaremos, flirtearemos... Me puedes
tocar el brazo una o dos veces para que
quede más realista.Y yo puedo
remeterte un mechón por detrás de la
oreja. Tus «amigas» se lo tragarán. Y
luego me inclinaré y te susurraré al oído
que nos vayamos de aquí. Quizá podría
decírtelo en un tono que te haga
sonrojarte como una amapola. Tú finges
estar nerviosa y te muestras tímida, pero
dejas que tome tu mano y nos
marchamos.

La expresión de la rubia no tenía
precio. Parecía que la había puesto
nerviosa solo con detallarle el plan.
—Bueno, no sé... —balbució. Tragó
saliva y bajó la vista un instante a sus
labios antes de que volviera a mirarlo a
los ojos—. Suena convincente, supongo.
Pero... ¿qué sacas tú con esto? Algo me
dice que no eres solo un buen
samaritano.

Pedro esbozó una sonrisa lobuna.
—Lo que yo consigo son diez minutos
para intentar convencerte de que me des
veinte. Y luego ya veremos.
Cuando ella sacudió ligeramente la
cabeza, Pedro se sintió aún más
decidido a seducirla. En esos pocos
minutos había estado fantaseando con
cómo sería una sonrisa sensual de
aquella rubia, y el que fuera a hacerle
sudar para conseguir que le diera una
oportunidad no lo hizo darse por
vencido, sino todo lo contrario.

—Quizá sea mejor que lo dejemos
estar y vuelva a mi mesa —dijo ella—.
No soy de esas chicas a las que les van
los ligues de una noche. Y aunque
estuvieses buscando algo más tampoco
estaría interesada.
El tono en que dijo eso último
aumentó la curiosidad de Pedro.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
Ella abrió la boca para responder,
pero la cerró de inmediato, y después de
carraspear dijo:
—Perdona, pero es algo un poco...
demasiado personal para una primera
cita fingida que ni siquiera es una cita.
Pedro sonrió y encogió un hombro.
—Bueno, ¿y por qué no hacemos que
sea una cita, aunque sea fingida? Ya que
estamos fingiendo, incluso podríamos
tener una segunda y una tercera cita, que
es cuando empieza lo bueno.

Los labios de ella se curvaron en una
sonrisa antes de que se echara a reír.
—En serio, ¿por qué no puedes
responder a mi pregunta?
Ella sacudió la cabeza, y Pedro vio
que estaba a punto de levantarse. No
podía dejar que se fuera así después de
que se hubiera armado de valor para
acercarse a su mesa.

—Espera, te acompañaré hasta la
salida —le ofreció, pero ella volvió a
sacudir la cabeza y sonrió.
—Gracias; me las apañaré para
soportar las pullas de mis «amigas»
hasta que se cansen y nos vayamos.
—Como quieras. Por cierto, ya es un
poco tarde para presentarnos, pero me
llamo Pedro —dijo él tendiéndole la
mano.
—Yo Paula—contestó ella
estrechándosela.
Justo en ese momento algo de color
fucsia apareció volando y cayó sobre el
regazo de Pedro. Soltó la mano de
Paula y al levantar aquella cosa fucsia
con las dos manos vio que era una
camiseta. Lo que tenía escrito con letras
mayúsculas le hizo parpadear.
—Pero ¿qué...?
Unas cuantas mesas más allá se
oyeron las voces de las otras dos damas
de honor. Miró a Paula a los ojos y le
dijo:
—Ahora no es solo que sienta
curiosidad, es que necesito saberlo.

Paula escrutó su rostro en silencio,
como si estuvieran pasando mil
pensamientos por su mente, antes de
claudicar con un suspiro.
—Está bien, Pablo.
—Pedro —la corrigió él.
Paula tragó saliva.
—Pedro. Es verdad, perdona. De
acuerdo, ahí va...

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